sábado, 5 de septiembre de 2020

SI.

 Mi iglesia no tiene pórtico…
Ni escalinatas de acceso
Ni arco de entrada
Ni suelo ni paredes
Ni sillería de mármol
Ni techos ni púulpitos.
Ni campanarios co convocantes.
Ni cánticos de almuacin.
Ni conchas de aguna bendita.
Ni arcos de herradura.
Ni columnas de alabastro.
Ni criptas subterráneas.
Ni cúpulas de cristal.
Ni rosetones góticos que filtren, a través de las sombras, sofisticados juegos de luz.
Ni Este, ni Oeste, ni Norte ni Sur.
No.

Mi iglesia no tiene sagrario ni hostias consagradas…
Ni patenas relucientes
Ni copones que hayan sdol fabricados por exquisitos artesanos medievales con plata bendita.
Mi iglesia no tiene ni tabernáculo ni ara ni piedra sagrada  ni altar…
Ni hornacinas que semejen siniestros escaparates de tumbas verticales
Ni ídolos antropomorfos.
Ni estatuas de santos.
Ni profetas clarividentes.
Ni ángeles taciturnos.
Ni iconos ortodoxos.
Ni orondos Budas sonrientes.
Ni vírgenes lacrimosas.
Ni Cristos crucificados.
Ni retratos abstractos de Alá.
No.

Mi iglesia no tiene  bancos de caoba pulida.
Ni confortables almohadones.
Ni  reclinatorios de sucios terciopelo donde los espíritus se prosternen y las almas atormentadas ejerciten la genuflexión cotidiana de sus culpas.
Ni confesionarios que alivien el dolor…
Ni ceremonias que mitiguen la angustia.
Ni signos mistéricos.
Ni señales transcendentes.
Ni símbolos totémicos
Ni cirios encendidos
Ni velas apagadas.
Ni cincelados candelabros de plata.
Ni mantos bordados con rutilante pedrería ni alambicados laberintos de oro.
Ni órgano barroco preñado de oratorios sublimes
Ni simpáticos coros en lo alto que propalen sobre el mar del misterio armónicos cánticos polifónicos.
No.

Mi iglesia no tiene atril…
Ni micrófonos inalámbricos.
Ni púlpitos elevados.
Ni escrituras divinas.
Ni suntuosos manuscritos aderezados con maravillas iluminaciones.
Ni volúmenes sagrados que guarden, desde la noche de los tiempos, implacables mandamientos dictatoriales.
Ni fieles enfermizos.
Ni beatas incondicionales.
Ni chamanes
Ni hechiceros.
Ni druidas.
Ni imanes alucinados.
Ni monjes de azafrán.
Ni sectas de eunucos.
Ni cabalísticos rabinos.
Ni fantasmales sacerdotes  dogmáticamente almidonados.
Ni tiene ritos esotéricos…
Ni disciplinas arcanas
Ni cultos  enmohecidos.
Ni ortodoxias recalcitrantes.
Ni falsas promesas putrescentes
Ni infernales admoniciones condenatorias.
Ni pactos mezquinos con el paraíso.
Ni dogmáticas oraciones cadavéricas.
Ni extrañas representaciones litúrgicas.
No.

Mi iglesia no tiene pebeteros aromáticos.
Ni rancios perfumes hediondos.
Ni ramos de flores agonizantes.
Ni urnas de cenizas sedientas de vida.
Ni salmos.
Ni aleyas.
Ni versículos.
Ni sorprendentes koans.
Ni exuberantes sutras inexplicables.
Ni taxativas leyes talmúdicas.
Ni  mantras que inhiban las ruedas oxidadas del pensamiento.
Ni efectos mágicos de luz vibrando sobre el polvo tembloroso de los siglos.
Ni falsos dioses inventados  en la noche del terror por el hombre para amparar bajo el manto del misterio sus estravagantes desvaríos.
No.

Mi iglesia
                                Aire inmortal que agoniza en el viento.
Sin estar  en ningún sitio

                                          Se halla  en cualquier lugar
Es eterna en el tiempo
Visible e invisible
Expele aromas de fuego y azahar

Y permanece siempre en silencio.

 

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