martes, 18 de agosto de 2020

Poema en sí.

 No te turbes ni te extrañes, encanto. Te hallas exactamente donde tienes que estar. Justo ahí donde no hay ahí. En el sitio sin lugar. En ese preciso instante en el que el tiempo, harto de sí, renuncia a su legítimo derecho de existencia. Deja de pensar, lucero. No te aflijas, radiante luz de mis entrañas; no te esfuerces, no te angusties, no le des más vueltas a lo que de ningún modo puede girar y abandónate sin sombra de incertidumbre a ese momento en el que con pleno vigor rige la inconsciencia sobre el mundo, cual feliz hermosura derramada por la copa de Dios sobre el resplandeciente mantel de la vida...Actúa: busca en el armario de este poema una leve blusa de aire y una minifalda de cristal. Indaga en sus cajones invisibles la graciosa posibilidad de hallar tibias medias de seda. Envuelve con ellas las hermosas elipses de tus muslos. Abre el abismo de la cajonera. Introduce tus delicados pies en esos zapatos de tacón que con tan inusitada luz te reclaman, cuya estructura ha sido fabricada especialmente para ti con la espuma que bate el río en el que beben las gacelas azules del universo. Embadúrnate de luna los labios. Enjalbega la suprema oscuridad de tu rostro con las estrellas de esa noche maravillosa que nunca vendrá. Cubre tu pelo bajo ese pañuelo expresamente confeccionado para tu adorno por las costureras del misterio, mediante hilos de brisa que con sutil gentileza agita la superficie del mar del olvido. Y sal, sal desnuda, envuelta en ti, plena de ansias, con todo el ímpetu de tu ser, animada en el más soberbio de tus deseos para darte un espléndido garbeo por los laberínticos bulevares de su interior, a la búsqueda indeclinable de amor...

Fernando Blanco Inglés, "Arquitectura del sueño". Ediciones contrabando, Narrativa 3. 2013



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