¿Cómo separar tu cuerpo de mi cabeza, tu estar de mi ser, mi alma de tu sangre, tu desnudo de mi piel, los cálidos manantiales que fluyen de los maravillosos montes de tus senos de mi insaciable sed? ¿Cuántos cerebros me tendrían que arrancar para que olvide aquel tiempo en el que mi alucinada verga era un niño perdido de la mano de dios en el alucinante valle de tu coño? ¡Ay de mí, preciosidad!, yo que bebí de tu fuente hasta emborracharte, que te desnudé a bocados y te devoré viva, yo que contemplé contigo las nubes dando vueltas en corro alrededor de la luna, yo que sentí al universo desintegrándose en mi interior cada vez que nos besábamos, y ahora, malaya sea mi existencia, solo soy una triste sombra que vaga sin lumbre en los ojos por el oscuro desierto de tu ausencia.
Tuyo, el Caballero de la Ardiente Espada
Fernando Blanco Inglés
"La cuestión Q, 2"
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