Nuestro
audaz paladín tomó su alma y se dispuso a luchar contra el poder.
Los poderes del día declinan lentamente en busca de
oscuridades insondables. Graznan densos silencios los cuervos posados sobre las
ramas del vacío. El aire se ha detenido. Los pulsos se paralizan. El mundo como
voluntad se desvanece y como representación, ni te digo. Las fórmulas mueren. Las
reglas se disuelven. Los compases se cierran. Nada brilla a través. Los claros
del bosque son fosos negros donde duendes desprevenidos desaparecen subsumidos
por titánicas gravedades subterráneas. Por los horizontes del misterio,
cabalgan caballos lejanos en busca de mares desconocidos donde ahogar la sed. La
anciana noche, envuelta en oscuros harapos, ajena a los avatares de la
existencia, conduce por el sendero de la costumbre el carro de las estrellas, arrastrado
con flema aletargada por afligidos bueyes que a duras penas soportan el peso
inexorable del universo. Los sonidos son silencio; y las sombras, estatuas ininteligibles
que escoltan las veredas del sueño en la mente dormida del arte. Todo parece
dejar de existir, abandonar las apariencias, sumergirse en el no ser… cuando,
sin venir a cuento, un disparo telefónico perfora la carne entumecida de la
ciudad en busca de un corazón inocente al que hacer sangrar…
–¿Sabes la última?
–No. ¿Y tú la hora
que es?
–La hora justo en
la que acaban de llevárselo…
–¿A quién?
–¿A quién va a ser?
Al imbécil de tu hermano, que pareces tonto.
–¿Quiénes?
–La policía. Quién
va a ser.
–¿A estas horas?
–A éstas.
–¿Ha vuelto a las
andadas?
–¿Tú que crees?
–¿Otra vez
detenido?…
–¡No te digo lo
bobo que eres! Me encandila tu proverbial perspicacia… lo tuyo, desde chico, ha
sido siempre dar en el centro de la diana, aún con los con los ojos vendados.
–Para lanzarme
flores no hacía falta que me despertases… me las echo yo mismo todas las
mañanas cuando me miro al espejo… y, mientras tanto, duermo…
–No sé cómo te las
apañas para ser siempre tan listo… tan clarividente, tan el no va más de la
perspicacia… Su niño va para genio, señora, me auguraban las gitanas por la
calle, cuando te llevaba en el carro de paseo… te echaban claveles y se
santiguaban… Y yo sin darles crédito… He de reconocerte, a sabiendas de que corro
grave riesgo de malinterpretación, que tales exhibiciones de sagacidad me
inducen a pensar que de vez en cuando piensas, aunque parezca que no y toda la
historia de tu vida se empeñe obstinadamente en indicar lo contrario con granítica
inflexibilidad.
–Con mi vida no te
metas, que eso es cosa mía. Lo que con ella haga no te incumbe. Y no te
enrolles tanto que nos dan las uvas. ¿De qué le acusan ahora?
–De llenar de hoces
y martillos, sin dejar un mísero hueco, la fachada del Ayuntamiento.
–¿Otra performance?
–Una obra de arte,
no te digo que no, si quedase el más mínimo sentido del gusto en esta maldita
tierra alejada de Dios. Pero como resulta que no, que la estética se ha
convertido en un asunto irrelevante del que se puede prescindir sin llorar mucho
por ella ni echarla de menos, la cosa se queda en delito penado por el código
civil con multa más que considerable; a lo que hay que sumar el singular agravante
de hallarse ésta recién remozada con vistas a las próximas elecciones consistoriales.
Ya sabes lo que le gusta al chalado de tu hermano decorarle el teatro a esta
gente para que nunca se sientan como en casa… ¡Ay, Señor mío!, ¿por qué me
haces esto?, ¿acaso tu proverbial dedo
señala a mi humilde persona como tu próxima víctima propiciatoria?...
–Vamos dejándonos
de retorica y victimismo que mañana, por si no lo sabes, como todos los días, tengo
que levantarme temprano.
–¡Y yo, maldito sea
el demonio, que pensaba en el colmo de la ingenuidad que ya estaba bastante
crecidito como para seguir haciendo tonterías!… ¡es que no escarmiento!
–A la vejez,
viruelas, madre. ¿Qué te esperabas? ¿Que con el tiempo iba a hacerse un hombre
formal? Es la época. Nada de qué extrañarse y menos en un país de eternos
adolescentes subyugados por los destellos metálicos de la prótesis del Capitán
Garfio.
–Pero ¿por qué precisamente
a mí tenía que tocarme el más chalado?
–Seguramente,
porque, si no te hubiera tocado, habrías dejado de ser tú.
–Siguen pasmándome tus
sabias sentencias…
–¿Y de dónde las ha
sacado?
–¿De dónde ha
sacado qué?
–Las hoces…
–¿De dónde las va a
sacar? De su mente enferma, que pareces idiota. Las ha pintado con rojo sangre
titanlux. Esmalte sintético. Con mala sombra. Hecho a propósito. De las que más
cuesta limpiar. Ni con agua de ceniza y estropajo Ajax. Nada de otra mano de
pintura y aquí no ha pasado nada. Hay que picar, remozar y volver a pintar si
queremos dejarlo más o menos como estaba. Ya sabes que, aún siendo una completa
nulidad, sería injusto no reconocerle que, cuando se pone, tu querido hermano ha
demostrado con creces ser capaz de hacer las cosas a conciencia…
–Eso, no lo dudo.
–… y, por si no fuera suficiente,
ha rematado la faena con unas cuantas revoleras en forma de consignas
atrabiliarias, a base de letras mayúsculas de un metro de altura, para que los
astronautas, cuando orbiten sobre Murcia, se enteren de que alguien no está
conforme con cómo van las cosas por aquí: Abajo
las elecciones. Las urnas son el sepulcro de la voluntad. El ser cuanto antes
al poder… ésta última con letras aún más grandes, en un derroche de
opulencia, ocupando la fachada principal de esquina a esquina… entre otras
sandeces por el estilo con las que ha recubierto el perímetro del recinto sin
dejar un palmo… y por si en lo anterior no hubiese pista suficiente, para facilitarle
la labor a los inspectores de turno –en eso el merluzo de tu hermano siempre ha
sido la mar de atento–, despejando cualquier atisbo de duda respecto a la
identificación del gamberro, dejó firmada la instalación con nombre y
apellidos. Como si fuera un genio. ¡Dios mío, en qué mundo tan fuera de quicio
vivimos que hasta los locos, poseídos por las más estrambótica razones, están
dispuestos a todo, con tal de que el mundo admire arrodillado la inmarcesible supremacía
de su ego!
–¿Y digo yo si no
podían haber esperado hasta mañana?
–¿Quiénes? ¿La
policía? Por lo visto, no.
–¿Trajeron orden
judicial?
–Tienen el molde y
la firma del juez. Se han cansado de perder el tiempo. Sólo tienen que rellenar
los huecos con las particularidades y pormenores de la última barrabasada, y llevarlo
al juzgado que corresponda.
–¿Qué razón te
dieron?
–Alegaron, con esa
sonrisa simiesca que se les pone cuando les da por ser untuosamente amables, peligro
de fuga.
–¿Peligro de fuga?
Pero, ¿qué dicen?, si estamos hablando de alguien incapaz de llegar por sí solo
a la vuelta de la esquina sin tropezar con el aire y caer de bruces sobre el
pavimento. ¿Es que después de tanto tiempo de tener que vérselas con él, aún
albergan dudas en cuanto a su nula capacidad para cualquier proyecto razonable,
incluyendo el de evadirse? Eso quisiéramos nosotros, no te jode, qué huyera y
no volviera…
–Eso a ellos les
importa una soberana higa, por no decir una eme pinchada en un palo. Parece
mentira que no lo sepas. Su representación del mundo es hermética. Su lógica no
tiene fisuras Cuanto antes le detengan, así son de diligentes, menos tardan en
cogerle y más molestias se ahorran… y antes, en justa correspondencia, tiene
una que presentarse en ventanilla y desembolsar lo que le quieran pedir porque
lo suelten hasta la próxima.
–¿Cuánto este
viaje?
–Una cifra de
momento inasumible. Aunque para mí, desde hace mucho tiempo, todas empiezan a
parecerme exorbitantes. Por lo pronto, tengo que hacerme cargo de los costes de
limpieza y reparación del Palacio Consistorial: cinco mil euros de nada si no
quiero que la cosa vaya a más, dando lugar a que el equipo legal del ayuntamiento
lo interprete como reticencia a la hora de colaborar con las autoridades, mande
rebuscar a su equipo de abogados, entre los entresijos de la cuestión, impecables
señales delictivas e interponga una querella penal que no se la salte un torero
con miedo en el alma. Más, échale, otros dos o tres de fianza como mínimo si
queremos que no lo metan en la cárcel mañana a primera hora. Más la minuta del
abogado, el amigo Miralles, siempre al quite, que se está haciendo de oro a
costa del subnormal de tu hermano… échale por lo bajo mil euros más…. En
resumidas cuentas, para no marearte con cifras, un pastón fuera por completo de
mis posibilidades…
–Y ¿qué piensas
hac…?
–Escucha bien lo
que te digo, Héctor: estoy al borde del colapso… de seguir las cosas por el
camino que llevan, y no te hablo por hablar, es de esperar que no me llegue a
fin de año el previsor fondo de reservas que me legó tu padre con el fin de
salirle al paso a las eventualidades derivadas de los percances en los que,
conociéndole, habría de incurrir sin más narices la criatura. Tú no echarás
cuentas, te dará exactamente lo mismo, eso no va contigo, bastante tienes con
mirar hacia otro lado, pero el pelma de tu hermano me cuesta más que un hijo
tonto.
–Muy listo nunca ha
sido…
–Tú sigue como si
no te interesara lo que digo, pero la bolsa está tiritando y no tengo otra de
la que sacar dinero. Llega un momento, ante el inclemente poder del infortunio,
cuando al destino le da por fastidiarte un día sí y otro también, en el que dan
ganas de gritar no puedo más hasta que se rompan todos los cristales de Murcia.
–Ahora no, déjalo
para cuando dejes de hablar conmigo, que cómo se despierte mi mujer me tira el
orinal a la cabeza.
–Yo, deberías
hacerte cargo de ello, sólo soy una desvalida mujer, cuya vida transcurre de
sobresalto en sobresalto, inerme frente a la situación, incapaz de hacer nada
por evitar la catástrofe.
–Alguna medida
deberíamos tomar…
–No sé cuál. Haría
falta un ejército de los de antes para mantenerle a raya. O campos de trabajos
forzados específicos para casos así. No sé que hacen con nuestros impuestos…
–Se esmeran con
alegre alevosía y total impunidad en darles un destino más satisfactorio del
que nos podamos imaginar.
–Tómatelo a guasa,
pero me gustaría que tuvieses presente que como de aquí en adelante sigas
desentendiéndote, sin mostrar el menor interés por hacerte cargo, la próxima
vez, muy a pesar mío, tendré que dejar que lo metan en chirona con lo que
solicite el fiscal por falta de posibles. El único recurso que les queda a los
indigentes. Lo siento por Miralles.
–Mamá, eso no lo
puedes hacer, sabes perfectamente que no resistiría cinco minutos en la cárcel;
en cinco minutos le da tiempo a suicidarse varias veces… al fin y al cabo, se
trata de tu hijo… sería una especie de crimen legal… para eso, mátalo tú
directamente y ahórrate la historia…
–La que no va
aguantar ni cinco minutos, como el Altísimo no interceda y baje a socorrerme,
voy a ser yo con la cabeza en su sitio y fuerza en los hombros para sostenerla.
Tengo la última gota malaya suspendida sobre mí en el aire, a punto de
perforarme el cráneo…
–¿Qué dice
Miralles?
–Que por él
encantado, que cada vez que se le necesite, que él está para eso y para más, que
no dude en requerir sus humildes servicios la de ocasiones que hagan falta, que
la aplicación estricta de la ley en su caso es causa de la mayor injusticia, que
debería estar exento de cumplir con los requisitos y conductas que imponen los
tribunales de justicia por ser su única ley una idea que nadie puede entender
ni por lo tanto castigar, pero que al no estarlo y poder ser él de utilidad,
que para eso estaba, faltaría más, que cómo va a ser molestia, que qué va, que qué
cosas se me ocurren, que él, si quiero que me lo diga con total sinceridad, ya
no lo ve en sentido estricto como un cliente, que esto es algo que se sale de
los límites del oficio, el feliz hallazgo con el que siempre sueña, para
evadirse de la mediocridad reinante, un artista de las leyes; que, por otra
parte, es tanto el roce con él tenido que le ha terminado por coger cariño al
nene, que, en el fondo, siente por su figura la mayor admiración, que, cuando
se haga mayor, se retire de este mundo plagado de inmundos reptiles y se
dedique a escribir sus memorias, se inspirará en su persona y en sus fabulosas aventuras,
a la hora de redactar los episodios decisivos… que lo mismo lo piensa mejor y ni
escribe las memorias, dedicándose en exclusiva a novelar la historia del
mamarracho de tu hermano…
–No sé lo que
valdrá como abogado, me imagino que uno de tantos, pero hay que reconocerle que
se vende de puta madre…
–No lo sabes tú
bien. A veces, entre factura y factura, se atreve incluso a darme paternales consejos…
cosas en las que pensar… que si alguna vez, atendiendo al mal cariz que está
cogiendo el asunto y a la escasez creciente de peculio, y teniendo presente que
todas las escuelas de filosofía de la ciencia recomiendan encarecidamente un
cambio de método si el utilizado hasta ahora falla, hemos pensado en la
posibilidad de darle un regio correctivo que le haga caer en sí, un escarmiento
que le doblegue la locura, que le aniquile las ganas de oponer resistencia… en palabras
textuales, una hostia bien dada para que espabile… a ver si así le volvieran
las pocas neuronas que le quedan a su sitio, se pusieran medio a funcionar y
pudiéramos los afectados por su causa sosegarnos un poco y dedicarnos a otros
menesteres… A lo que yo, ni corta ni
perezosa, con ese aire de indignación que, cuando me pongo, tan bien me sale, repliqué:
¿No se ha detenido a pensar, querido amigo, que es tarde para reprimendas… para
infligirle actos de violencia educativa con la vana esperanza de que se enderece?...
Argumento que él, a pesar de su contundencia, ¡cómo son los hombres!, por no
dar su brazo a torcer, contradijo, reiterándose en la tesis principal: Si me
permite que me exprese con la debida vulgaridad, señora, nunca es tarde si la
hostia es lo suficientemente persuasiva… Que un buen rapapolvos culminado por
un guantazo a tiempo opera milagros… Que no hay mejor receta para dar de cenar
a un demente que una buena ensalada surtida de hostias… Que si se renuncia de
entrada, por cansancio anticipado, a dar la batalla, es de temer que la cosa,
por su propia tendencia, vaya a más, hasta alcanzar proporciones carentes de
remedio… Tal insistencia, como te puedes imaginar, me obligó, antes de que el
camino derivase hacia lugares imprevistos, a dar por zanjada tan absurdo
intercambio de pareceres, cortando por lo sano: Descarte la idea, Miralles, no
lo hice a su debido tiempo y, con el correr de los años, se me antoja una medida
ridícula… una pérdida absoluta de tiempo… además, en el supuesto caso de que le
hiciese caso, a ése ni matándolo a palos todas las noches, antes de acostarse,
le arreglabas el cerebro…
–Tú para eso has
sido siempre muy consecuente.
–¿Lo dices con
retintín?
–Con qué habilidad
captas mis indirectas… si no fuera porque lo sé, diría que eres mi madre…
–Eres muy injusto. No
debes decir eso. Aún me duele la mano del día que con seis años tuve que darle
un tortazo por dejar todos los grifos de la casa abiertos con el fin de
comprobar si la casa flotaba y llegaba navegando hasta el Segura…
–Para mí que
hiciste lo correcto… me refiero a lo de Miralles… nadie debe decirle a nadie
como maleducar a un hijo… y mucho menos a ti…
–Deja de hacerte el
chistoso, no te me despistes y ¿dime que piensas?
–¿Qué qué pienso de
qué?
–¡Estás tonto o qué
te pasa! ¿De qué va a ser?, de todo esto, ¡caray!, qué pareces idiota.
–Creo que el tarado
de mi hermano es un alma que se persigue con obsesión a sí misma… llena de
fuego por dentro… en perpetua ebullición… a punto siempre de estallar… de algún
modo tiene que desfogarse el pobre zagal para no terminar hecho añicos por
conflagración interna…
–Ya se podía haber
buscado uno más barato y que no diera tantos dolores de cabeza, caray… y,
aparte de esa genial apreciación, ¿se te ocurre algo menos psicológico y de más
sustancia que me oriente un pizca en la oscuridad del caos…?
–Creo que hay que
ir dando aviso a Iberdrola para que vaya vallando sus parques eólicos con
alambradas si no quieren quedarse sin gigantes…
–¿Quieres dejar de
hacerte el gracioso?!
–En el fondo me da
lástima, pobre Alfonso, nadie lo entiende… no voy a caer en el error de su
apologética defensa, pero es difícil llevar a hombros, en este inmundo lodazal,
el honor de ser el último representante de una estirpe que por dignidad lleva
cinco siglos extinguiéndose sin que nadie haga nada por evitarlo…
–Eso, justifícalo… ¡no
te joroba!… echa más leña al fuego… ¡qué fácil es darle la razón al que no la
tiene y quitársela al que la posee, mientras preservamos como podemos nuestra
infecta integridad y la fiesta no nos cueste los cuartos!… ¿por qué no te
portas, por una vez en tu vida como el buen hijo que no eres, te lo llevas una
temporada, y me dejas a mí descansando, que bastante tengo con la abuela?
–¿Quieres que te
sea franco?
–Hijo mío, a estas
alturas de la vida, me creo todo excepto la sinceridad…
–No sé por qué,
desde que descolgué el teléfono, ya me barruntaba yo en donde iba a acabar la
conversación. Mamá, de sobra sabes que, a pesar de mis esfuerzos y de mi
aparente nivel de vida, no se puede decir que flote en la abundancia… por si se
te ha olvidado, tengo hipoteca, mujer con tendencia exuberante a gastos
expansivos y un hijo al que mantener… y lo de traerlo a casa no me parece la
mejor de las ideas… por mucho que tú te emperres en pensar lo contrario… ¿no
querrás que mi hijo y tu nieto conviva durante una temporada con el peor
ejemplo del mundo?… ¿ni que mi mujer y yo nos pasemos las noches en vela, oyendo
tintinear los eslabones de las cadenas por los pasillos de nuestra casa?… además,
por si no te lo he dicho antes, me tiene prescrito mi psiquiatra, si aspiro a
mantener en orden mi disciplina mental, que no me junte con más locos de los
estrictamente necesarios… y si no te parecen los dados argumentos suficientemente
convincentes, te daré otro que seguro te termina por apear del burro… mi mujer
me mataría si me atreviese a desviar un céntimo del cauce… nada te digo si me
dejo esquilmar en nombre de una malentendida misericordia… ya sabes tú como se
pone con eso… duerme con un cuchillo debajo de la almohada… lo demás le da más
o menos lo mismo, pero en esas cosas no se anda con bromas… ¡Joder, mamá, cómo
eres, gracias a tu obstinada insistencia me obligas a compartir contigo
confidencias de alcoba!
–¡Que bien viene
tener cualquier excusa vergonzante siempre a mano cuando se carece de
principios!
–No, si al final la
culpa la voy a tener yo… pare el carro, madre, párelo, que hasta ahí podíamos
llegar… Todo el mundo sabe que si de culpa se puede hablar, tu adquiriste el
taco de papeletas al completo por haberte casado sin investigaciones previas y lógica
solicitud de referencias con un tío de la Mancha que desde el principio daba
indicios sobrados de no estar lo que se dice muy en sus cabales… haciendo caso
omiso de los peligrosos cromosomas que iluminaban como bombillas su árbol
genealógico… y de las cruces con las que se persignaban los lugareños cuando
íbamos como despistados turistas de vacaciones a su pueblo natal y se nos
ocurría hacer preguntas acerca de su familia… nunca lo entenderé: ¿a quién se
le ocurre regalarle tu serrano cuerpo gratis a un menda de Castilla la Ancha
del que nunca supimos nada por más que intentásemos averiguar…?
–¡No te digo! Achácale
la culpa al bendito de tu padre ahora que no se puede defender… ya bastante
hizo con hacer lo que pudo, teniendo todas las circunstancias en contra, para
sacar este manicomio adelante. Hazme el favor de dejar en paz la memoria de tu
padre. Por favor te lo pido. Si no por amor, al menos por respeto. Pobre
hombre. El único defecto que cupo reprocharle es que no ganara una fortuna
decente que me blindara frente a las innumerables adversidades que sin duda
acecharían mi futuro como buitres en ayunas. Así que haz el favor de respetar
su santa memoria. Si él estuviese aún entre nosotros, otro sol iluminaría el
gallo que nos cantase.
–No me reproches
nada: yo, a mi padre, siempre le tuve el reverencial respeto primitivo que se
le tiene a los lunáticos de la tribu.
–¿Qué sabrás tú,
ignorante! ¿Te he contado alguna vez como conocí a tu padre?
–Con pelos y
señales. Miles de veces. No te puedo garantizar que me lo sepa de memoria, pero
seguro que me acuerdo hasta del último detalle…
–Pues ahora te lo
voy a contar otra más, a ver si al fin te entrara en la cabeza el misterio y terminaras
de entenderlo.
–No, mamá, por
favor… mañana a las siete tengo que…
–Tenía 19 años y
era mi primer viaje sola. De Madrid a Murcia. A pasar las vacaciones con la tía
Milagros en la Bahía de Mazarrón. Estación de Atocha. Primera hora de la tarde.
Nada más entrar en el compartimento, descorrí la ventanilla de mi coche y justo
enfrente se hallaba otro tren en dirección a San Sebastián. En cuyo vagón más
cercano al que yo en mi tren ocupaba hallábase sentado un apuesto caballero,
que nada más verme, bajó de su tren y se subió al mío, con un ramo de gardenias,
a saber de dónde las sacaría el muy bribón si es que no las tenía compradas ya
para otra novia, y que, de buenas a primeras, nada más entrar a mi departamento,
me suelta de sopetón: Usted y yo, de hoy en adelante, viajaremos siempre en la
misma dirección…
–Te lo suplico… compadécete
de mí… no sigas, que voy a terminar llorando…
Como los raíles del
tren
Son tu amor y el
mío:
Uno al ladito del
otro
Y entre ambos el
vacío…
–¿Qué podía hacer? Hay
cosas a las que ninguna mujer en el mundo puede resistirse por más que en la
cabeza se le enciendan todas las alertas. Cuando llegamos a Murcia, estábamos
prometidos y no estoy del todo segura, pero creo que encinta de ti. Aunque
mejor decir embarazada por los impedimentos, dificultades y obstáculos que has
supuesto para mí. Jolín, Héctor, no hay quien pueda contigo, sigues sin
entender nada, después de tantos intentos pacientes por mi parte para tratar de
aclarártelo. Siempre fuiste muy obtuso para estas cosas, no es cosa de una, el
destino es implacable. No hay potencia que lo contravenga. Ni los mismos dioses
pueden ante él oponer la menor resistencia.
–En efecto, mamá,
el destino es la hostia. Su voz es la muerte; su imagen, la tumba de un visón
en el apergaminado cuello de una opulenta señora; y su corona funeraria, un
doble collar de perlas falsas. ¿Ves cómo yo también nací para la retórica?
–Entonces, si lo
sabes, no me salgas con la socorrida historia de la culpa. Es de las más
baratas que se pueden aducir para escurrir el bulto. En todo caso culpa al de
Arriba. Un error si quieres, no te quito del todo la razón, pero un error
maravilloso que logró distraerme, durante más tiempo del que a cualquier mujer
le haya sido dado desear, de la desgracia de pertenecer a este mundo. Así que
no me vengas con infundios. Ya está bien de colgar mochuelos. No es un problema
de culpa, nunca lo es, se trata de dinero y de salud mental… nada original… las
dos cuestiones de siempre… dinero y salud… o salud y dinero… simplemente eso… y
de ambas cosas, no sé ya cómo decírtelo para que lo entiendas, a mí no me quedan…
–¿No crees que
exageras un poco?
–¿Exagerar? ¡Cómo
se nota que no lo tienes que aguantar todos los días! No hay metro con el que medir
ni balanza en la que pesar la locura de tu hermano. Acaba con todos los
parámetros. Funde las encuestas. Carece de precedentes. Rompieron el molde. Eso
me dijeron en la clínica: Señora, en nuestra vida nos hemos enfrentado a nada
igual… y eso que, como se puede figurar, llevamos tantos años en esto que nos
ha dado tiempo a ver de casi todo… no sabemos qué hacer… la psiquiatría moderna
carece de fórmulas aplicables a su caso… nos tiene completamente aturdidos… sumidos
en la ignorancia… si no fuese porque lo hemos visto con nuestros propios ojos y
tenido ocasión de hablar varias veces con él, juraríamos que su hijo no existe…
es mi deber decirle que no hay diagnóstico que lo describa ni medicina que
pueda curar lo que está más allá de nuestro estrecho concepto de enfermedad…
–Otros que tal
bailan… los psiquiatras crónicos... nos iba mejor con los curas y los
confesionarios… al menos, salían gratis… y vas tú, y les haces caso… eso es lo
último que me esperaba de ti, acudir por desesperación a la magia negra de los
brujos del coco para que te saquen los cuartos…
–Ya sé que son
traficantes de almas y todo eso… que hablan como sacamuelas, como mercaderes obsesionados
en colocarte como nueva una alfombra deshilachada y repleta de agujeros… pero
esta vez, no sé por qué, me dio la impresión de que decían la verdad… les vi
humildes y resignados… actitud impropia de gentes de su condición… ni siquiera
me cobraron… y eso es una señal en la que merece la pena fijarse por encima de
cualquier otra, para no soltar la lengua antes de saber… Tu hermano es caso
aparte… un problema sin solución… ya desde muy pequeño dio señales de que el
asunto no iba por buen camino… y yo, dios sabe que lo he intentado con todas
mis fuerzas, no he sabido ni podido enderezarlo… es difícil educar a alguien
que no sólo ha perdido la fe en ti, sino que además, para colmo, te trata sin
el debido respeto… porque ésa es otra, nunca me tuvo la menor consideración… si
por lo menos fuera simpático conmigo, me guiñara el ojo por las esquinas y me
pellizcara las mejillas de cuando en cuando… pero no, se revuelve como gato
panza arriba cada vez que trato de inculcarle en la sesera la menor sugerencia
provista de sensatez… como si le debiese algo… como si fuese su peor enemiga… por
cómo se porta, cualquiera diría que le he hecho la vida imposible, que le he
explotado en mi beneficio, que le he utilizado, abusando de sus frágiles
entendederas, para inconfesables fines lucrativos… Tu hermano no tiene remedio…
nunca lo tuvo… todavía me acuerdo del día que puso un cartel a la puerta de
casa en el que había escrito con pintura verde fosforescente, para que se viese
también de noche: “Se vende madre…
–… por módico
precio”. Aquello fue memorable. Digno de que todas las escuelas psicoanalíticas
se dedicaran por fin a tirar a la basura por absurda ficción literaria el complejo
de Edipo.
–¡Habrase visto
mayor insolencia! No hay ejemplo en todo el planeta con el que comparar su
absoluto desprecio por mi persona.
–No es desprecio, eso
sería tenerte en cuenta, es sólo que el pobre chaval no considera tu
existencia.
–Peor me lo pones.
–No sé de qué te
extrañas. ¿Qué trato esperas que te dispense? Está harto de que no le dejes ser
como es desde que vino al mundo.
–¡Qué sencillo y
económico resulta defenderlo desde una burladero situado en otra plaza y a unos
cuantos kilómetros de distancia! Así no sufrimos, y lo que nos ahorramos felizmente
nos lo gastamos en fiestas, en vez de contribuir a la causa. Y lo del toro, que
te lo cuenten por la radio. Que por las ondas no salpica la sangre. Repantingado
en el sofá con zapatillas de felpa y kimono de seda mientras una tiene que
estar, llueva o deje de llover, bregando con la desgracia todos los días.
–¿Por qué será que,
cada vez que hablo contigo, tengo la gelatinosa impresión de estar charlando
con una factura embadurnada de lágrimas?
–¡Tú sabrás las
cuentas que te traes y te llevas… en las que al parecer ningún capítulo recoge responsabilidades
con los tuyos!
–No entiendo a qué
viene esa puñalada trapera. Verdes las han segado, madre. Sabes que no puedo
hacer otra cosa, me tengo que quedar al margen si quiero seguir de pie en este
mundo de oportunistas. Deberías saber ya, por la de veces que te lo he contado,
que en mi profesión no está bien visto que deje uno empañar su historial con
asuntos familiares que se salgan de lo corriente… están de más las
extravagancias… sólo se permiten los pecados habituales… los consentidos por el
mercado… uno tiene una reputación que defender mediante todo el disimulo a su
alcance… Trabajo en una multinacional de relativo prestigio, cuya sucursal en
España cumple y asombra con la mayor tasa anual de beneficios de cuantas haya
repartidas por el mundo, y son unas cuantas, gracias a nuestros trajines, todo
hay que decirlo, y nuestros mutuos favores cleptocráticos con el gobierno de
turno, aprovechándonos, eso sí, de que ninguno hay tan degenerado como el
nuestro. Servimos al Estado con pulcritud digna de encomio. Nuestro periódico
es el BOE. La única ideología permisible es nuestra concepción del mundo es una
cuenta de resultados aceptable. Cuando ingresé en ella, tuve que firmar un contrato
de confidencialidad que tenía subrayado en rojo la palabra discreción en cada
uno de sus párrafos. Se nos advirtió de la suma importancia que reviste para
cualquier negocio no dar que hablar. Para dar la nota y montar un circo ya
están los políticos. Hazte cargo, debo atender por encima de cualquier otra
consideración las obligaciones de mi rango. Si en vez de ser quien soy y
dedicarme a lo que me dedico, fuese artista, no te digo que no, me vendría de
perlas el asunto. Con mi hermanito en casa, tendría la promoción hecha. No
haría falta gastarse un duro en propaganda. Mi nombre estaría en boca de la
gente; y los peldaños que conducen a la cima del éxito, expeditos. Pero no lo
soy. ¡Ya quisiera yo, vivir del cuento, tumbado todo el día a la bartola, pensando
en las musarañas!
–No te subestimes, porque,
a la hora de escurrir el bulto nada tienes que envidiarle a ningún artista.
–¡Cómo te gusta
coger el rábano por las hojas y restregárselas en los morros al oponente!
–Me lo has puesto a
huevo.
–Por si lo quieres
entender, te lo resumiré en una sola frase: me mantengo de un trabajo donde los
que mandan se toman muy en serio el que a sus empleados le sucedan cosas que se
salgan de lo normal.
–¿Lo normal? ¡Qué risa
me das! ¿Qué entenderás tú por normal?
–Todo aquello que
no sienta la necesidad de vulnerar las costumbres establecidas, por más
podridas que estén y ganas te entren de ello.
–Lo normal es la
costumbre que expulsa de nuestra vida todo aquello que merece la pena.
–¡Qué cosas dices!
¡Y luego te extrañas del hijo que tienes! Anda, mamá, no te me pongas
filosófica que por ahí no vamos a ningún sitio y aún nos va a costar más de lo
que pensábamos salir de éste.
–¿Cómo quieres que
me ponga si no tengo ya espacio donde situarme ni cuerpo que colocar? Si yo ya
no soy yo. ¿Qué se puede hacer con un hijo que decide encerrarse con todos los
libros de marxismo, escritos y por escribir, en su cuarto durante cinco largos
años, sin salir a la calle ni para respirar, y, cuando ya piensas que eso es lo
peor que como madre te puede suceder en esta vida: tener un hijo completamente
inútil; y que, estando tan mal la cosa, de aquí en adelante todo tiene que ir
por narices mejor, decide salir al mundo para poner en práctica los maravillosos
conocimientos adquiridos en sus paranoicas lecturas con las nefastas
consecuencias que eran de prever. Y, encima, marxista, no te fastidia, ¿se
puede ser más estrafalario?, a estas alturas de siglo, con la de muertos que
han llovido y los que quedan por llover…
–No hay que
dramatizarlo tanto. Todo tiene si se analiza con serena objetividad su aspecto
positivo. Míralo por el lado bueno. Imagínate que le hubiera dado por Don Juan
y te hubiese llenado de nietos sin bautizar la zona. Con todas las madres
reclamando exámenes de ADN y exigiendo abusivas pensiones. Y no te digo nada si
su monomanía hubiese reparado con carácter obsesivo en las andanzas del Marqués
de Sade y te encontrases cada mañana, al ir a prepararte el desayuno, dos o
tres cadáveres descuartizados en la sala de estar y abundante semen y otros
fluidos de naturaleza inclasificable artísticamente diseminados por alfombras y
sofás…
–¡Qué burro eres!… Cuando
te pones así, me dan ganas de colgar el teléfono y dejar de escucharte…
–¿Por qué no lo
haces?
–Porque esto aún no
ha acabado… ya que estamos removiendo el fondo del pantano, te diré que nunca
tuviste, desde bien pequeño, con tu atribulada madre, la menor delicadeza…
–Bastante hicimos
con firmar un pacto de no agresión que tú jamás estuviste dispuesta a respetar…
–¿Esa es la visión
que tienes de mí?
–Una de las más
amables… si quieres, te cuento otras…
–No hace falta: ¿dime
qué hago con tu hermano?
–No te lo tomes a
la tremenda, mamá, tarde o temprano se le pasará… deja que macere el caldo de
sus neuronas… en adobándosele el juicio, terminará por curarse de su diarrea
mental… aunque sólo sea por cansancio…
–No me vengas con
cuentos. Si no me quieres ayudar, no me ayudes, pero, por favor, no tengas el
descaro de burlarte así de tu madre ni de infundirle falsas esperanzas. Sabes
como yo que tu hermano es más tonto que una mata de habas. Su deteriorada mente
no da tanto de sí como para darse cuenta de que no.
–Algún día se le
enmendará el juicio y tendrás que darme la razón.
–Que optimista eres
con el futuro de los demás. No sabes cuanto agradezco tus tibios consuelos, hijo
mío, pero me da a mí que este verano tampoco nevará en Murcia.
–¿Y de la abuela
que me cuentas?
–Ahí sigue, en su estado habitual, fumando
puros, bebiendo Vermuts y de animada charla con los espíritus.
–¿Cohibas y Rubino,
reserva speciali?
–Por supuesto. Las
tendencias vitales se mantienen y el nivel general de salud permanece estable.
–No renuncia a
nada.
–Antes, morirse.
El cuchillo del aire corta la conversación. Se cuelgan los
teléfonos. Regresa el silencio. Inhumano. Despiadado. Maquiavélico. Despótico a
más no poder. Un silencio como la voz de una deidad muda despertando del sueño
a un sordo en mitad de la noche.
Fernando Blanco Inglés. Primer capítulo de La cuestión Q.
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