Después de almorzar con la inflexible frugalidad que
caracteriza a sus endebles colaciones, nuestra pareja de mini héroes, no sin
antes enojosas y alambicadas deliberaciones previas, de las que por no aportar
nada y ser ya pasado pluscuamperfecto siempre es mejor y sale a cuenta no dar
testimonio, ha optado finalmente por darse un garbeo de los de naturaleza
errante y carácter aleatorio, a lo que bienvenido sea que se encuentren, a ver si
el azar les deparara una inesperada aventura gran reserva; y, si no, que les
sirva al menos para desperezar el alma, ensanchar los pulmones y estirar los
pies con el purísimo objetivo de que no se les anquilosen las articulaciones más
de la cuenta ni se le oxiden en exceso el metal de los alambres. ¿Dónde se ha
visto que caballeros andantes como Dios manda, renuncien por insano apetito de
confort y espuria comodidad a recomponer, sabiendo como está ésta, los
desperfectos de la realidad, prefiriendo, en lugar de tan encomiable actividad,
pasarse la tarde en un despacho polvoriento, con los ojos llenos de legañas y
la boca seca de saliva, divagando sobre la errónea marcha de un mundo dirigido
por ignorantes tiranos y analfabetos fanáticos… inmóvilmente satisfechos de sí,
hablando por los codos de lo que sería menester hacer para enderezarlo, sin arriesgarse
a afrontar el más leve peligro.
Aunque a nadie en el fondo ninguna de ellas convenza del
todo, siempre sobran razones para salir de casa. Y muchas más para no volver.
Los hogares siempre han sido una psicológica preparación paulatina para el día
de la tumba. Aislarte del mundo en un sitio donde, mediante la puesta en marcha
de un mecanismo diabólico, participes de un proceso gradual que, sin que apenas
te des cuenta, te haga más llevadero el inexorable camino de la decrepitud
hacia la extinción.
El caso es que han
salido, basta ya de darle vueltas al tiovivo si no queremos marearnos, cosa
fácil de entender con sólo ponerse por un momento en su triste lugar y no
buscarle fundamento de peso a su fútil elección ni más argumento a lo que
carece de lógica.
Tras un diletante
paseo por las calles marginales del casco urbano, sin tropezarse con hecho alguno
que reclame su interés e induzca a la urgente intervención de sus nobles
voluntades, nuestro singular par de zascandiles azotacalles y gastabaldosas ha
decidido, a instancia del muy sacrificado y siempre quejumbroso escudero, quitarse
el polvo de la garganta, refrescarse al menos el gaznate, antes de regresar
derrotados, en la fonda que más cerca les venga, con el fin exclusivo de
resolver cuanto antes, ya que no otra cosa, la abrasante cuestión de no pasar
sed. En todos los trabajos se fuma y bebe, compadre; y en éste, el de la
tontería andante, por razones, estamos seguros, que a ningún avisado lector se
le escapan, mucho más que en cualquier otro. Para atravesar el desierto de la
realidad, los esforzados camellos, si no quieren morir de sed en el intento,
han de llenar de alcohol hasta el último hueco de las jorobas antes de partir…
El bar que en ese
preciso instante se halla próximo a la idea y le pilla más cerca es El
Arlequín… se ve que uno nuevo… del que carecen de noticia y tranquilizantes
referencias… pero a ellos qué más les da con tal que en él puedan abrevar con
galanura y parquedad los caballos de su sed… Ubicado en un sótano al que se
desciende por modernísimas escaleras de peldaños transparentes y barandillas de
gélido metal. Cosa rara en Murcia, donde todos los bares se encuentran en la
superficie del mapa y a algunos de ellos, según los días, incluso les da por levitar.
Hay una zarza en
llamas dibujada sobre el cristal esmerilado de la puerta, con tal grado de
verosimilitud que diríase que el irascible Jehová, hasta los huevos de algo,
está a punto de dictar un nuevo mandamiento que, al igual que los otros,
resulte tan fácil acatar como imposible de cumplir…
No saben donde se
meten. No están en su sano juicio. Deberían informarse. Solicitar antecedentes.
No pasarse de listos y reconocer que su competencia en lo que respecta a
materia de locales, tras lúgubres años de retiro en sus respectivas madrigueras
espirituales, deja, por no decir todo, mucho que desear. Nunca sabes lo que te
puede pasar en un sitio conocido, pero de lo que puedes estar seguro, pariente,
es que amplias son las probabilidades de que algo no habitual te suceda si
entras en uno en el que nunca has estado. ¿Pero quién atiende a razones cuando las
poderosas causas de la dipsomanía buscan de modo tan obsesivo su efecto que ni la
conciencia más diligente y advertida puede detenerlas.
El lugar está
desierto. No sé qué esperaban a esta hora, donde la gente normal o está muerta
o duerme la siesta. Un somero vistazo nos confirma que, excepto por la ausencia
llamativa de ventanas, hallarse en el subsuelo, y dar un poco de grima
claustrofóbica, parece un sitio de lo más normal… de lo más normal, puede que
sí, salvo por el curioso detalle, ahora que me fijo, de que está intensamente
iluminado sin focos que lo alumbren… en sí mismo resplandeciente, como si
ardiera por dentro sin necesidad de electricidad, produciendo un efecto similar
al de una iglesia transparente en la que el sacerdote de las tinieblas consagrara
en perfecto latín al sol. Eso y que el camarero, no te lo pierdas de vista, es un
negrata de dos metros que viste un curioso smoking, con lagarto de perlas
esculpido al dorso, y que se entretiene del aburrimiento consustancial a la
profesión practicando habilidosos y efectistas juegos circenses con las
botellas…
–Buenas noches,
caballeros, sean bienvenidos a nuestro humilde local.
–Llevamos toda la
tarde dando vueltas con la garganta seca… usted si que es bienhallado,
compadre…
–¿Qué desean beber?
–Para mí, un agua
mineral con gas si hace el favor…
–No me jodas tío, ¡cómo
se te ocurre pedir eso en un local de copas! ¿quieres que se me termine de
arruinar de golpe la poca reputación que me queda? ¿Dónde se ha visto dos tíos
tan apuestos, decididos y simpáticos como nosotros bebiendo agua con gas? ¿Qué
van a decir de nosotros los cantares de gesta si se enteran? ¿Que pensarán de
ello las generaciones futuras? ¿Qué blasfemias escupirán sobre nuestra lápida
los rapsodas? Si perpetramos tal delito, no habrá averno lo suficientemente
eterno para expiar nuestras culpas...
–Es lo único que me
quita la sed.
–¡Basta ya de
bromas, coño! ¡¿Estás idiota o qué mierda te pasa?! Escucha, negrata, a éste que
ves conmigo no le hagas ni puto caso. Sírvenos, por favor, dos generosas copas
de orujo con abundante hielo y un par de asiáticos cartageneros bien templados;
y, por tu bien y el mío, de rodillas te pido que no vuelvas a escuchar las
voces que salgan de esta alma de cántaro, que no sabe ni lo que dice ni lo que
habla, en lo que nos quede de noche…
–Lo siento. Ni agua
con gas ni café ni coñac ni leche condensada ni orujo. En este antro la bebida
es única y la fabricamos artesanalmente nosotros. Cuestión de principios. Somos
enemigos declarados de la tremebunda variedad de disfraces que ocultan la
naturaleza exacta del Uno. Y aunque estemos en el ajo de que la unidad es en sí
múltiple y la pluralidad única, para nosotros como si ninguna de ambas fuesen. El
Arlequín está en contra de todas las marcas y formas de publicidad. Destilamos artesanalmente
nuestras propias esencias, y, si me permiten la sugerencia, no deben cometer el
imperdonable pecado de irse de aquí sin degustarla, es la bebida más excitante del
mundo, la que más coloca, la que más te pone en donde se tiene que estar, la
que más se te sube a las nubes de la cabeza… todos los que la prueban repiten...
–¿Qué es?
–Un remedio para
todos los males.
–Cómo se llama.
–Algunos, presos de
la nostalgia por aquellos tiempos en los que aún existía esa cosa llamada
literatura española, lo conocen como Bálsamo de
Fierabrás, pero la gente común
prefiere llamarlo Licor de Gloria… o Lava Sagrada… o Aquí me las den
todas… o Agnus Dei… o Bendito sea el nombre del Señor cuyas letras calman mi
sed… ya saben, cómo les estaba contando lo idéntico suele decirse de
innumerables formas… y en esta ciudad tan peculiar a cada uno le gusta
expresarse a su modo y manera…
–¿Qué lleva?
–Secretos de la
casa.
–¿Y que efectos
produce?
–Erradica todos los
males del espíritu en un plisplás…
–Se está usted
quedando con nosotros. No nacimos ayer. Una cosa es obnubilar y otra curar: no
hay bálsamo capaz no ya de eliminar sino de mitigar un grado el agudo dolor de
existir en este mundo.
–Yo, qué quieren
que les diga, desde hace mucho tiempo, si tiene que ser con palabras, ni me
molesto en intentar convencer. Prueben si quieren y luego me lo cuentan, y si
no, se van por donde han venido y tutti
così felici…
–¿Y esas hierbas
que flotan…?
–Sirven para darle
un punto más que especial a la i…
–¿Y el lagarto que
nada en la botella…?
–Le añade carácter.
Si me perdonan el atrevimiento, les aconsejo que lo mejor es dejarse de prejuicios
en contra, beberlo de un trago y olvidarse de preguntas. Él es la única
respuesta.
–Entonces, no hay
más qué hablar… pónganos dos hasta el borde…
–¿Con hielo y una
rodajita de lima fresca?
–Ya puestos…
–¿Qué tal?
–Entra de cojones…
–En mi vida he
bebido nada igual.
–¿Qué me dicen,
está bueno?
–¡Bueno no, nene,
está de puta madre!
Licor de gloria, una especie de elixir paregórico ideal para
refrigerar el gaznate del alma. Su acertada mezcla de opio, alcohol, estramonio
y otros ingredientes de naturaleza ignota embriaga y encandila al paciente. No
le faltaba razón al negro. Un extremado brebaje capaz de poner en menos de un
segundo los corazones a cien y boca abajo las conciencias.
Nuestros pequeños
adalides sienten al alimón como les acaban de pasar rozándole la cintura las
astas del toro de la muerte… como se les quema la sangre sin fuego que lo
explique… como presionan a muerte sobre el cerebro los parietales de la
interrogación, como pugnan por estallarles los globos oculares… como el orificio
del culo se les inflama y convierte en un volcán a punto de entrar en ignición…
… entre los postes
de su cabeza se agitan enloquecidos cables de alta tensión, electrificándoles
la pelambrera y achicharrando cualquier recuerdo de aquello que antiguamente
denominaban concepto… Están a punto de explotar, de caerse a trozos por el
agujero del mundo, de elegir entre desvanecerse en la nada o disolverse en el
vacío… o cualquier otra cosa que valga para olvidar cuanto antes quiénes fueron
antes de…
A nadie le gusta el
trance. Las cosas como son. Todos los partos resultan jodidos. Exigen antes de
ver la luz un rato más que malo, en el que la angustia es poco y el vértigo una
mariconada propia de diletantes, pero, no hay mal que cien años dure, después
de cagarse en dios unas cuantas veces la tormenta llega a su fin y el mar de la
absoluta serenidad les invade el espantoso hueco que ha dejado la conciencia… todo
lo que estaba cerca hace un instante se aleja, se desdibuja, desaparece por la
línea del horizonte, reclamado por nadie sabe la potestad… se han quedado solos…
ni barra, ni camarero, ni local… el universo entero sin despedirse les ha dicho
adiós… son dos náufragos que merced a inexplicables mareas están llegando al
extranjero del mundo…
Después de una más
que placentera eternidad, abren los ojos; y, ante ellos, el recinto que hace
apenas un segundo estaba desierto, ha aumentado escandalosamente de tamaño…
sigue siendo igual, pero ahora se halla hasta la bandera de gente convocada con
cualquiera sabe el fin por vaya usted a saber qué simpático demiurgo…
… extrañamente
vestidos, gentilmente peripuestos, elegantemente trajeados por los más diversos
estilos… se puede decir que todas las épocas y reinos están representados…
parece un carnaval, un gran baile de disfraces de carácter histórico, pero nada
más lejos de la realidad… no representan a nadie… ni afectan ser quienes no
son… ni disimulan ser otros… son exactamente ellos… no hay detalle que revele la
menor impostura… nada de disfraces… ni de máscaras… es una fiesta de verdad… a
la que asiste gente extraordinaria… grandes personajes pertenecientes a todas
las épocas… Allí están todos. No falta nadie. La gran verbena histórica
universal… nobles y pícaros, prelados y cortesanas, místicos y fundamentalistas,
monos con collares de diamantes y enanos con cetro y corona que siguen con
ritmos benedictinos las leyes telúricas del compás… todos poseídos por una
vitalidad desbordante, una energía ingobernable que les transporta a los
confines de sí y les pega, cuando llegan, una patada en el culo para que salten
al otro lado… Nunca se ha visto celebración igual… todo se pone a brillar… el
mundo se ha vuelto transparente… una fiesta fastuosa a la que asiste el más
soberbio personal, plagada de testas coronadas por justa fama e inmarcesible
laurel, cuyo único problema común, dejando aparte los que allá cada uno pueda
tener en particular, es que están todos muertos…
El pandemónium que
organizaron los israelitas a las faldas del Sinaí es un jardín de infancia
comparado con la que aquí se está montando… una orquesta de jazz, en la que son
fácilmente identificables Sony Rolling, Albert Ayler y Charles Mingus da rienda
suelta a una versión de Moanin con
tal blow que ni los dioses del olimpo
se resisten a bailarla… todos danzan enloquecidos… las más anacrónicas e
incomprensible parejas de baile han tomado poder en la pista y, por lo que se
ve, no piensan abandonarla hasta fallecer exhaustos sobre ella… el Bosco y
Madame Curie… Catalina II y Offenbach… Kandisky e Isabel de Castilla… Casius
Clay y Pétula Clark… Picasso y la Dama de Elche… Ginger Rogers y Gengis Khan… Juan
de la Cosa y Victoria Vera… Lutero y Rafaela Carrá… Sostakovich y Juana la
Loca… Nietzsche y Lulú de Monparnasse… Menéndez Pelayo y Mae West… Ho Chi Ming
y Margaret Tacher… Vivaldi y Beyonce… Juana de Arco y el duque de Wellington…
Américo Castro y Salomé… Schopenhauer y Marilyn Monroe… La reina Victoria y Lao
Tsé… Murakami Shikibu y Federico II de Prusia… Carmen Amaya y Tocqueville… Sanz
Briz y Eva Braun, Helena de Troya y Carlos Gardel… James Joyce y François
Hardy… Sor Juan Inés de la Cruz y von Humboldt… Francis Bacon y Cruella de Vil…
Wittgenstein y Agustina de Aragón… La mula Francis y San Francisco de Asís… Sara
Montiel y el príncipe Yusupov… Amparo Rivelles y Buster Keaton… Leonor de
Aquitania y Niels Bohr… Propercio y Laura… Petrarca y Cintia… Melville y
Hawthorne… Polifemo y Campanilla… María Callas y Gógol… Greta Garbo y Peter Pan…
El marqués de Santillana y Virginia Wolf… Juan de la Cosa y Emily Dickinson… Tú
y Yo… Juan Pasodoble y Carmen Charlestón… mil relojes se han juntado en el
mismo espacio marcando horas distintas… mil almanaques señalados por fechas
diferentes… Cosa que maldito lo que le importa a nuestros amigos, todos ellos
en todo lo suyo, superándose a sí mismos, fuera de sus legítimas posibilidades,
alcanzando su máxima expresión, aquella en la que el alma libre de
restricciones se escapa a donde nadie la pueda encontrar.
Adiós a la realidad. Excúseme de antemano el amable y comprensivo
lector si, ofuscado por el ambiente y víctima expresa de los vapores que la
olla desprende, de aquí en adelante no dé pie con bola a la hora de enfilar coherentemente
la situación, se me descarrile la pluma y mi ya de por sí distraída escritura
pierda toda conexión con cualquier tipo de lógica narrativa al uso. Es tal la
demencia que provoca la vertiginosa marcha de tantos hechos simultáneos que no
es posible acertar a referirlos sin caer en fraudulenta postura por omisión
escandalosa de la mayor parte de la verdad. Aunque pueda sonar a excusa, nos
hallamos en un sector del mundo donde resulta imposible registrar una secuencia
de hechos inteligible, que se ciña al principio de causalidad y se ajuste a la
lógica lineal, con los que tranquilizar a la razón. Aquí, por lo que se ve,
todos los diamantes pueden ser opacos y todos los carbones translúcidos.
El retablo de las
maravillas. No salen de su asombro. Están que no se encuentran. Perdidos en Él.
No expelen una sola palabra de sus boquiabiertos labios… ni dibujan una bajada
de párpados… ni perfilan un arqueo de cejas… ni intercambian un solo cruce de
miradas entre ellos que les comunique los asombros y les una en el mundo de la
alucinación…
… y en tal estado indescriptible,
se les acerca como la cosa más natural del mundo Ava Gardner… en el acmé de la
existencia… en la cumbre de su carrera delictiva… imprimiendo con sus caderas la
suficiente energía al asunto para que vibren con portento las líneas del aire y
todo el local ondee a su paso como una bandera que claudica y se rinde… Les
invita gentilmente a una copa que, aunque se deshagan en balbucientes excusas
de que se la acaban de tomar y van más que servidos, un ángel invisible, apuntándoles
con una pistola en la sien, les prohíbe rechazar… Ella no para de mirarles… en
sus ojos azulverdevioletas se refleja el resto del local con todos sus clientes
incluidos y alguna que otra estrella del cielo que no ha podido resistir la
tentación de contemplarse en la noche de sus pupilas…
–¿Sorprendidos?
–Si se pudiera
expresar mi estado de ánimo con una sola palabra, no sería ésa.
–Ah, no, ¿y cuál
sería?
–Anonadado.
–¿En el sentido de
obnubilado?
–No: literalmente
hecho nada.
–¿Y tú?
–Exactamente lo
mismo, si no un poco más, aunque en realidad no sepa cuanto ni muy bien lo que
digo...
–¿Y os sentís bien?
–Como nunca en la
vida.
–Como jamás en la
muerte.
–No sabéis cómo me
alegro, criaturas… no hay cosa que más me plazca que ver a la gente contenta a
mi alrededor… anda, mirad quién está aquí… ha venido el gordito… os presento a
Hitchcock… acabamos de hacer los dos una película… una maravillosa historia de
amor… elaborada expresamente para aliviar las aburridas tardes que le carcomen los
huesos del alma a dios… lástima que no hayamos traído con nosotros una copia
con la que obsequiaros para que flipéis en colorines…
–¿Y no ha estallado
una bomba nuclear al coincidir los dos juntos en un plató?…
–¡Oh, claro que
no!, Alfred es el hombre más cortés y delicado con el que haya colaborado en la
vida. Siempre tan atento. Él si que sabe tratar con arte a una dama… y no otros
de cuyo nombre mejor ni acordarse…
–Encantado de
conocerle…
–El honor es mío…
–Si no está, como
supongo, harto de ellas, me gustaría hacerle una pregunta…
–Harto es poco,
pero pueden preguntar lo que quieran, faltaría más, después de tantos años he
llegado a la conclusión de que las buenas maneras son lo primero, si no lo
único que nos queda… aunque es mi obligación advertirle, antes de que lo intente
y se decepcione, que las únicas interesantes ya me pasé yo toda la vida
haciéndomelas sin hallarles una sola respuesta.
–¿Cómo se le
ocurrió la escena del partido de tenis en Extraños
en un tren?
–Oh, no tuvo mérito
alguno, me la copié de mí… la saqué de mi vida… el personaje era yo… meses
antes había estado obsesivamente mirando los muslos de una rubia en minifalda
dando dulces raquetazos en unas semifinales de Wimbledon, mientras el resto del
público depositaba su interés en las idas y venidas de la bola… ¿y qué diferencia
hayan ustedes entre los maravillosos muslos de una tenista y una víctima
inocente a la que debes depredar?
–¿También le pinchó
un globo a un niño con un cigarro?
–Y cosas peores que
no vienen a cuento confesar… a los niños hay que hacerles rabiar… nada de encapsularlos
entre algodones… Cuánto antes sepan que han venido a caer en el más pérfido de
los mundos posibles, mayores oportunidades se abrirán ante ellos y mejores
sistemas de defensa generarán…
–¿También contempló
su figura en unas gafas caídas sobre la hierba…?
–Discúlpele, Estoy
seguro que mi compañero con ello no ha querido acusarle de asesino… ni mucho
menos…
–En unas gafas
caídas vi reflejado el universo… ¿Tanto les gusta Extraños en un tren o es que no han visto otra?
–No sabe usted
cuánto.
–Las hemos visto
todas más veces de las que nuestra memoria pueda contar… Somos admiradores
incondicionales de su obra…. Hemos visto las cincuenta y nueve… y, en algunas
noches de metafísica nostalgia, hasta hemos echado de menos las que no hizo…
–Ninguna valía el
precio de la entrada. Si pudieran ver la última que hemos rodado esta traviesa
señorita y su humilde servidor, se le borrarían del cerebro todas las películas
que dirigí en el otro mundo para pasar el rato y ganarme la vida.
–Muy grande ha de
ser.
–¿Me permite a mí
hacerle otra?
–¿Cómo negarle lo
que le acabo de conceder a su condiscípulo sin pecar de injusto y arbitrario,
aunque por tal motivo se resienta mi bien ganada reputación?
–¿Constituye el
séptimo arte una alienación para que nos olvidemos del mundo real?
–Ni yo mismo lo
hubiera definido mejor. Las películas no se ven, ni se escuchan, se viven de
tal modo que cuando sales de la sala te das cuenta de que la realidad no es más
que una triste sábana con la que ocultar el cadáver… sales de ellas y vuelves a
un mundo en donde redoblan las grises campanas de lo siniestro convocando a tu
funeral…
–¿Me permite una
más… si no le incomoda?
–A mí, como resulta
fácil suponer, a estas alturas de la vida, ya no hay nada que me incomode… ni
siquiera las preguntas…
–¿Qué le parece el
cine actual?
–Que no es cine ni
es actual.
–¿No se salva
nadie?
–Nadie es mucho
suponer… sería contar con demasiada gente tal y como están las cosas…
–¿Y cómo están las
cosas?
–Ni siquiera están
mal. No están. Si estuvieran mal, tendrían arreglo. Y, ahora, si no tienen más
preguntas y me lo permiten, les ruego encarecidamente que nos disculpen… no es
falta de pleitesía… es que esta maravilla con faldas y su gentil interlocutor tenemos
cosas urgentes en las que concentrar nuestra atención…
–Creo hablar por
los dos si les confieso que estar con ustedes ha sido la más hermosa
alucinación de nuestras vidas.
–Muchachos, dejad de otorgarnos trato de
usted que nos acabamos de tomar juntos las copas y nos conocemos de toda la
vida.
–Adiós, chicos, a
seguir soñando conmigo.
Adiós a la realidad II. Recién llegados a este crucial
instante, hemos de confesar que nuestra propuesta narrativa, sumida en el
marasmo de la perplejidad, lejos de proponerse abanderar la defensa cerril de
certezas incontestables, no sobrepasa los arbitrarios límites de la simple
especulación ni despeja las ambigüedades que cual enjambre de abejas en torno a
ella se arremolinan. Según nuestro más que humilde entender, lo anteriormente
expuesto no refleja de forma fidedigna la exactitud de los hechos: puede que
fuera así o puede que de otra manera, incluso entra dentro de lo probable que
ni siquiera fuera, siendo imposible colegir una versión unívoca de lo allí
acontecido si hemos de partir de los dudosos documentos contradictorios que los
archivos nos suministran y de los relatos testimoniales carentes de crédito, por
alta tasa de embriaguez, que los supuestos presentes en el acto legaron a la
posteridad. Pero una vez en alta mar y sin puerto al que dirigirnos,
procuraremos mantener la nave a flote, el pabellón en alto, no pensar demasiado
en el rumbo y que sea lo que dios quiera.
La fiesta prosigue
en todo lo suyo… en una especie de clímax sin curva de decadencia… entre
grandes regocijos y mayestáticas hilaridades… Ahora resuenan los tambores de
Sing Sing Sing… Benny Goodman y los suyos haciendo de las otras… en pleno
delirio swing… La pista se ha despejado… todos han hecho corro y en el centro
de ella danzan un enloquecido claqué Fred Astaire y su nueva pareja de
espectáculos, Santa Catalina de Siena…
Adiós a la realidad III. Nadie
se extrañe, pues grandes e inauditas cosas ven los que profesan la orden de la
andante caballería.
–Amigos, aunque no
nos conozcamos de nada, prestadme atención, lo digo por vuestro propio interés,
debéis salir inmediatamente de este lugar si quieres conservar la cordura, aunque
no se pueda decir que sea mucha la que os quede… ahora, antes de que sea tarde…
hacedme caso: si aspiráis a mantener indemne algo de lo que fuisteis, echad a toda
mecha a correr…
–¿Y tú quién eres?
–No lo sé.
–¿Y a qué te
dedicas?
–A escribir por
encargo
–¿Por encargo de
quién?
–Tampoco lo sé.
–¿Y qué escribes?
–Una especie de novela
malísima en la que dos fracasados escritorzuelos unen sus endebles entelequias
y sus magras fortunas sin otra aspiración que entretener la doble angustia de
su ocio y olvidarse por un rato de las maquinaciones con las que les acosa
mundo.
Adiós a la realidad IV. Ustedes preguntarán, no sin razón,
que cómo es posible tal conjunción de dislates, y yo les contestaré, con o sin
ella, que a mí qué me preguntan, que bastante tengo con seguir tecleando en el
portátil sin equivocarme de letras. Aunque no se lo terminen de creer, les
puedo asegurar que esto hace rato que ha dejado de ser cuestión mía. En la
aduana del ser, y en contra de mis recomendaciones, alguien ha estampado el
sello de Laus Deo Semper sobre el
pasaporte que le permite al autor de este engendro saltarse las estrechas fronteras
de la ficción.
Desde la otra
esquina de la barra, les llama un impresionante Richelieu, investido de cappa magna que sostienen ángeles negros
con clámides de oro cegador. A sus pies, dos enanos desnudos, engalanaos con
sendos collares de brillantes cuyo significado simbólico el cardenal sabrá,
porque a nosotros ni se nos barrunta ni se nos alcanza la más pajolera idea..
–Chicos, dejad al
aburrido ése y venid aquí si lo que andáis buscando es diversión. Me siento
exultante, más joven que nunca, os invito a cuántas copas deseéis... a cuenta,
naturalmente, de las arcas del Estado.
–Discúlpenos, pero
nos tienen dicho nuestras madres que no es aconsejable beber, y menos gratis, con
quien no deberíamos…
–Qué importa con quien
si lo importante es beber… parece mentira que seáis españoles… al lado de una
botella todo son buenas compañías… beber es siempre justo y necesario… y, por
si no sobraran motivos, os daré uno que jamás olvidaréis: constituye nuestro
deber tener la sangre caliente y las naves de la conciencia siempre dispuestas
para emprender singladuras de gran velamen, preñadas de luminosas perspectivas que
glorifiquen en forma de monedas el tesoro del imperio…
–No sabíamos que
usted lo hiciera con tal profusión.
–Más bien le
creíamos abstemio…
–No se puede uno
fiar ya ni de los libros de historia…
–Antiguamente no me
iba, pero no hago otra cosa desde que vine a este aburridísimo lugar, donde
todo es fiesta y nada urdir intrigas, tramar conspiraciones y fabricar guerras…
¿Y ustedes a qué se dedican, jovenzuelos?
–Éste a desfacer
entuertos, ayudar a minusválidos y socorrer a damas en apuros y el que le habla
a redactar del modo más escrupuloso posible como fracasa en todos y cada uno de
sus intentos…
–Así que escribe…
–Si se le puede
llamar así a eso sin que se le caiga a uno la cara de vergüenza, se puede decir
que sí… aunque más bien ensucio con sórdidas palabras la radiante blancura del
papel…
–No se debe
escribir. Entraña peligros de muerte. Es preferible la transmisión oral,
siempre que ésta no llegue a los oídos que no debe. ¿Es usted consciente,
querido amigo, que bastan catorce líneas escritas para hallar quince motivos
por los que enviar a alguien a la horca?
–Oh, eso era antes,
quizá en sus tiempos, Cardenal, ahora nadie da la menor importancia a lo que se
escriba… es fácil anular cualquier escrito… contrarrestar sus posibles efectos…
conque nadie lo lea es más que suficiente… ya se han encargado con
sensacionales resultados de convencer al gentío, a través de su ejemplo
personal, de que para triunfar en el mundo no hay que perder el tiempo
practicando esa inútil y estúpida antigualla de leer libros.
–En cierto sentido,
no les falta razón. A mi tampoco me inspira el menor interés andar leyendo lo
que otros piensan, más que nada porque me lo sé al dedillo con verles llegar de
frente…
–¿Cómo es posible
enviar con serenidad de conciencia un hombre a la horca?
–Con jerarquía y
dotes de mando.
–¿Me permite otra
pregunta?
–¿Por qué no? Cuando
no se sabe conversar es el mecanismo más socorrido para no deslizarse
lentamente por las laderas que conducen al abismo del silencio, que es el único
lugar donde dos mentes como tienen que ser pueden de verdad comunicarse.
–¿Quiénes son los
enanos?
–Uno es la nobleza
y el otro la Iglesia.
El pleonasmo del
festival sigue con su fórmula… repleta de sorprendentes variables… ahora se han
puesto todos a bailar la conga detrás de John Ford, que parche de estrellas en
el ojo y botella en mano, dirige la tropa en medio de una curda de las aquí te
espero a que vengas a verme antes de que me caiga al suelo…
–El estilo es la
llave que abre la puerta.
–¿Qué puerta?
–La que separa este
mundo del otro.
–¿Y cuál es el
otro?
–Éste
–Ya me dirás qué
gracia tiene, si se puede saber, volver al sitio en el que estás…
–Que entre que
sales y entras todo ha cambiado y vuelves a empezar.
Adiós a la realidad V. Sería del todo aconsejable que,
llegados aquí, procurase domeñar al caballo… lo sometiese al rigor de los
cánones… lo embridase a la dictadura de las reglas si a lo que aspiro es a
darle algún sentido a la cabalgata… me detuviese un instante y tratase de
distinguir lo que sucede de lo que no, si es que algo sucede, e intentar
explicar, armándome de objetividad que es lo que realmente está pasando en este
endemoniado lugar, pero, créanme, me resulta prácticamente imposible… un corro
enajenado de duendes baila alrededor de una seta alucinógena en el interior del
bosque que agita las ramas de mi mente… imposible es poco, y más al haberme yo
asimismo atizado por pura curiosidad un lingotazo de Licor de Gloria… a lo que
seguramente obedece tener la res cogitans
tiritando y dudar tanto de todo lo que sucede en la res extensa que ponga en duda hasta mi propia identidad.
Yusupov, disfrazado
de Alegoría de la Noche, con traje de lentejuelas de acero y peluca rematada
por una corona de estrellas, les conmina amablemente a acercarse desde la otra
esquina de la barra… se le nota, desde lejos, la noble circulación de la sangre
por sus aristocráticas arterias… esas cosas cantan solemnes arias de Purcell
antes de despegar los labios… es algo que no se puede ocultar… aunque te
disfraces de mendigo… su escudo es el aire… sobre el que revolotean dos águilas
transparentes…
–Vosotros sin duda
sois los chicos de las preguntas…
–Por lo que
llevamos demostrado, está usted en el perfecto derecho de llamarnos así… ¿y
nosotros, con quién tenemos el honor?
–Si averiguáis mi
identidad, me temo que no tardaréis en preguntarme por Rasputín.
–¡Es usted el
príncipe Yusupov!
–El mismo que viste
y calza.
–No, no queremos
aburrirle con la abracadabrante muerte de Rasputín, ¿preferiríamos saber cómo
logró al fin hacer de su vida una obra de arte?
–Matando a
Rasputín…
Son unos auténticos
cachondos todos estos mendas. Se ve que la gloria eterna imprime a destajo sentido
del humor, porque no paran de reírse a nuestra costa. Da la impresión de que en
estas fiestas constituye un aliciente la presencia de cualquier pardillo con el
que afilarse las garras. Toda la vida dando la cabeza por saber qué coño pasa
por su ínclitas cabezas y resulta que sólo piensan en divertirse y, si es a
costa del prójimo, mejor que mejor… miel sobre hojuelas…
–A vosotros os
estaba buscando…
–Usted no puede ser
otro que…
–Efectivamente.
Dicen malas lenguas por ahí que me estáis imitando…
–Toda novelista
nacido tras usted, aunque no lo pretenda ni lo haya leído, se ha visto en la
necesidad de plagiarle…
–Con sólo mirar el
folio en blanco y mojar la pluma en el tintero, ya se le está imitando,
maestro…
–Eso es verdad,
pero lo que ninguno hace es plagiarme el argumento con tal desfachatez ni copiarme las palabras con tan
milimétrica sinvergonzonería y semejante descaro…
–Con todos mis
respetos, Maestro, y la veneración que le profeso: usted fue el primero que se
plagió a si mismo y, de paso, a todos nosotros, como hubiera recalcado Ortega.
Sólo así se explica que nos descubriera por dentro; yo, el más insignificante
de los insectos, lejos de pretender sumarme méritos que no me corresponden, me
limito con la mayor humildad a seguir su tradición para no caer en el
simulacro.
–Me da igual lo que
aleguéis, de ésta no hay quien os salve, os denunciaré ante los tribunales por
plagio…
–No entendemos
cómo…
–Escribiendo una
tercera parte en cuyo prologo explique vuestro caso.
–Sería todo un
honor.
Con súbita
precipitación y pícaro guiño de un ojo se despide de nosotros sin decir adiós ni
esta boca es mía, por razones que no han de tardar en no extrañarnos; y a
ustedes tampoco, si pudiesen ver como nosotros que en la pista le aguarda... ¡Oh,
no!... todo lo demás ha sido una adocenada pantomima… éste es el único milagro…
Grace Kelly… con un vestido azul transparente de volantes… zapatos de cristal… collar
de aguamarinas… una mirada que nada en el mundo podría apagar… un sugerente
mohín en los labios… y flexionando un pícaro índice que reclama de modo
perentorio la presencia a su lado de nuestro más insigne novelista.
Clarines y timbales
anuncian la próxima actuación… Una orquesta renacentista dirigida por un
auténtico Kapellmeister, un Gran
Maestro de los de entonces, que con poderoso bastón de ébano y sonrisa plena de
diamantes marca enérgicamente el compás sobre la tarima. De cuando aún no
existía la mariconada esa de la batuta, que tan sólo sirve para mariposear
dibujos narcisistas en el aire. Ropón ducal, engalanado de estrellas en
perpetuo movimiento sobre las órbitas del cielo de armiño. Sobre su cabeza, un
yelmo de Mambrino, digna corona para El Caballero del Sol, aunque a todos los
efectos dé la sensación de no ser más que un bacín de azófar. Pero a él le da
lo mismo… se la suda el universo… orondo, solemne, triunfal… más allá de todos
los éxitos y fracasos del mundo. La Marcha Radetzky… en versión pasodoble… Viena
y Sevilla nunca fallan… y juntas, hacen que suene como si fuese la primera vez…
él sabrá cómo lo hace… como mezcla lo imposible… el público se vuelca
entusiasmando… ahí es ná… todos los concurrentes aplauden con tal fervor que
casi matan de asfixia al aire…
Desde la otra
esquina de la barra, esto se va pareciendo cada vez más a un partido de rugby
en el que ellos son la pelota, Newton les hace una seña de acercamiento…
Newton, ni más ni menos, el confidente de Dios. El sobrino predilecto del
Espíritu Santo. La sublime elegancia del pensamiento traducido a números. La
llama encendida en la cueva del caos que nunca se apaga…
–¿Qué tal chicos,
os lo estáis pasando bien?
–Bien no es la
palabra…
–No sé que
inconveniente le ve a la palabra. Si sirve de puente entre dos mentes, vale… y
si no, en aras del pragmatismo que nos constituye como nación, se la deshecha y
se busca otra…
–Tiene usted razón,
más que bien, lo estamos pasando de fábula, que, cómo usted debe perfectamente saber,
más que unir, confunde y disuelve mentes.
–¿Me permite una
pregunta?
–Mi mundo se
compone de preguntas… aunque la mayor parte de ellas, si no todas, carezcan de
respuesta…
–¿Qué hace un
eremita del conocimiento como usted en una fiesta tan disoluta como ésta? Por
lo datos que constan en nuestro poder, se le suponía de vida más grave y
circunspecta.
–Últimamente, lo
único que despierta mi interés y caldea mi sangre es la posibilidad de
divertirme… ya me aburrí bastante de joven…
–¿Qué sintió el día
que descubrió la teoría de la gravedad?
–El día que
descubrí la teoría de la gravedad levité.
–¿Es verdad lo del
árbol y la manzana?
–Por supuesto. En
toda buena historia siempre hay un árbol, una manzana y una serpiente.
–Todos los siglos
posteriores están de acuerdo en que el suyo es el salto de calidad más profundo
que ha dado el pensamiento humano.
–Me quedé en la
superficie.
–No diga eso,
Maestro, usted sigue siendo el faro que ilumina nuestro conocimiento.
–Fracasé en el intento.
A duras penas describí el escaparate. No llegué a la trastienda. Los mensajes
fundamentales de la naturaleza están encriptados de tal modo que no hay forma humana
de poderlos descodificar. Los interrogantes son infinitos y la respuesta
satisfactoria ninguna.
–¿Por qué se
mantuvo después tanto tiempo en silencio?
–El que sabe que no
sabe llega un momento en el que ni pregunta ni responde.
–A Dios le gusta
jugar con nosotros.
–Efectivamente,
señores, Dios es un sádico retorcido que disfruta con locura proponiéndonos
acertijos que pongan de manifiesto nuestra impotencia. Menos mal que no existe.
–¿Con qué anda
ahora, maestro?
–Oh, me dedico a la
filosofía voluptuosa…
–¿En qué apartado?
–Teoría de la
felicidad. Busco la fórmula exacta del amor, expresada en términos matemáticos,
o lo que es lo mismo: en lenguaje de dios.
–¿Mediante cálculo
diferencial?
–El cálculo
diferencial no da ni para el primer párrafo del prólogo… ni siquiera las
hipótesis de Riemann… ni las encantadoras locuras de mi querido colega Grigori
Perelman…
–¡Qué interesante,
jamás hubiera sospechado que se pudieran formalizar matemáticamente tales
cuestiones!
–No se pueden,
pero, entre que voy y vuelvo, me entretengo…
–¿Ha dado con la
verdad?
–¡Qué importa la
verdad! La verdad es tan solo la superficie de la cuestión.
–¿Y qué hay en el
fondo?
–Lo que no es ni
mentira ni verdad.
–Esa respuesta bien
merece una copa.
–Prueben lo que
llevo en la petaca. Es una fórmula mía… recién salida del alambique de mi
laboratorio…
–¡Ummm, veneno
puro, está de muerte!
–¿Qué lleva?
–Distintas unidades
de lo diverso.
–Debería
patentarla.
–Eso es cosa de
mercaderes.
–Si algún día anda
escaso de pasta y con ganas de no morirse de hambre, permítame que se la patente
e industrialice yo.
–Ahora, que se han
conocido: ¿qué piensa de Einstein?
–No está mal el
tío. Aunque se está quedando más antiguo que la mojama y nadie viene a
sustituirle con pescado fresco…
–¡Lo que cambian
los tiempos!
–Eso parece.
–¿Qué es para usted
hoy el universo?
–Lo que ha sido
siempre, en términos matemáticos: el número más grande que se pueda concebir,
elevado a la potencia más alta que nos esté concedido imaginar multiplicada por
Dios.
El prestidigitador
prosigue. El gentío le impide abandonar el escenario. Él, encantado. Por él, el
gran asombrador de palomas duendas, y por ese público tan decisivo al que se
debe, se pasaría interpretando lo que fuese los años que hiciesen falta. Ahora
toca El Arte de la Fuga, sobre un clave de cristal, de múltiples destellos en
el interior de su organismo cada vez que se presiona una tecla, con tal
perversidad en la díscola versión y tan encantadora malicia interpretativa que
cualquiera diría que se trata de la última obra maestra aparecida en el mundo
del free jazz.
Adiós a la realidad VI. De más está decir que esto no tiene
ni pies ni cabeza, pero, sin que sirva de excusa ni de pliego escrito con vergonzosa
solicitud de clemencia, he de confesarles que hace tiempo que se me han vuelto
impotentes los pocos atractores de orden de que dispongo ante la magnitud
escandalosa del caos que me ignora… en otras palabras, ya no sé que coño pueda
ser aquello que en un alarde de ignorancia llamamos realidad… se me han
desbaratado las piezas del juguete en contra de mi voluntad. ¿De tu qué? De mi
lo que sea.
–Hola, querido, que
bien que hayas venido…
–¿Nos conocemos?
–¡Qué fallo
imperdonable de memoria! Debería matarte y seguir con mis cosas. Soy Tamara, calamidad,
–¿Tamara?
–Para asesinarte. Nos
vimos la otra noche en el Barrio del Carmen y quedamos en echar un polvo que,
según mis cálculos, aún sigue pendiente.
Nos extraña que no la reconozca, aparte de ser
inconfundible, lleva sobre los párpados, al igual que la otra vez, como sello
distintivo, más purpurina que un templo budista en una aldea perdida del
Himalaya.
–La que faltaba… ¿y
tú que haces aquí?
–Yo siempre estoy
aquí, cariño. No me pierdo una. Te he buscado en todas partes. Me he pasado
varias vidas esperándote. Sabía que tarde o temprano coincidiríamos. Era sólo
cuestión de que el misterio sincronizara nuestras almas…
–¿Pero no hay que
estar muerto para entrar aquí?
–¿Y eso qué
importancia puede tener si estoy loca por ti?
–¿Entonces, estás
muerta?
–¿Quién ha dicho
eso? Yo llevo viva desde el día que nací. ¿Y tú?
–Lamento no poder
decir lo mismo. Vengo de este mundo.
–¿Y de dónde crees
que ha venido el resto del personal?
–Del otro.
–No hay otro más que
éste.
–¿Qué pretendes de
mí?
–Que me socorras.
–¿Cómo?
–¿Tú no eres un
caballero? Pues yo soy una dama a punto de morir de pena por tu culpa si
persistes en tu grosera actitud de no hacerme caso?
–¿Y qué quieres que
haga para quitarte la pesadumbre?
–Oh, nada serio, poca
cosa, ya lo sabes, echar los polvos que sean precisos para morir en la batalla
antes de que acabe la guerra…
–No te lo tomes
como una ofensa, porque nada más lejos de mi ánimo que faltar a una dama de tu
alcurnia, pero, lamento decepcionarte, yo soy un triste heterosexual en el
armario. Los tíos me dejan indiferente. Y, si quieres que te lo confiese todo y
no me deje nada en el tintero, las tías, últimamente, también…
–Y eso qué importa.
Menuda excusa. Propia de eunucos. Lo decisivo es quererse. Cualquier cuerpo
vale. Además, déjame que te diga, si es que a las alturas que estamos se puede
seguir hablando de tíos y tías, que, aunque sea un tío, nunca en tu vida has
estado más cerca de conocer a una mujer tan excitante como yo…
–Estoy seguro de
que sí, aunque discrepe contigo.
–¿Cómo lo sabes si
no lo has probado? ¡Serás presuntuoso y desaborido!
–No le hagas mucho
caso a mi compañero, está enamorado de un imposible que le impide fijarse en
una maravilla tan perfecta como tú.
–Hola, encanto, no
te había visto, si quieres, puedo cambiar de planes… a falta de pan, buenas son
tortas…
–¡Qué más quisiera
yo, estás como un tren, pero mi sentido del deber me impide distraerme con
inefables placeres… tengo que cuidar con mi vida la de éste…
–¿No me digas que a
ti tampoco te funciona la mandarina?
–No sé a que te
refieres con mandarina, pero sea lo que sea me funciona de puta madre…
–Entonces, ¿a qué
esperamos?
–A que lo entiendas
y desistas…
–¡Qué par de sosos
bobalicones estáis hechos! No sabéis lo que os estáis perdiendo.
–Créeme que nos
encantaría saberlo, pero no podemos…
–Invitadme al menos
a una copa que me quite el mal gusto de haberos conocido…
–Una y las que
hagan falta… la barra es tuya, princesa…
Adiós a la realidad VII. Con permiso del respetable y sin
ánimo de justificación alguna, nos gustaría dar nuestra opinión, expresar
nuestro radical desacuerdo con la deriva que desde hace rato han cogido los
acontecimientos, admitir que las cosas no pueden seguir así, somos los primeros
en hacernos cargo, los primeros en denunciar semejante desvarío, nos encantaría
devolver el rebaño de ovejas negras al redil, pero ¿qué podemos hacer para
rectificar las veleidosas inconstancias del destino, los caprichos imprevistos
del tiempo, nosotros, vulgares insectos insignificantes, hombres de tan
limitado fuste, tan poco tener, tan oscuro origen, tan baja extracción, tan
dudosa sangre y tan escaso por no decir nulo poder?
Y así hasta las tantas, hasta las tantas de
las tantas, hasta tantas y tantas que, sí dispusiéramos de un reloj en su sitio
y un calendario veraz, estaríamos en condiciones de aseverar que han
transcurrido tres días, nueve horas y catorce minutos desde que se aventuraron
a entrar hasta que, por fin, no se sabe si por sus propios medios o depositados
en la calle por serviciales desconocidos, lograron salir de un local que al
despertar y abrir los ojos ya no estaba.
Adiós a la realidad VIII. Y aquí lo dejamos, señores, por
falta de fuerzas, confiando en que con lo dicho, a pesar de los incalculables
factores en contra, no se configure en la mente sensible del lector una imagen
que desdiga y eche por tierra lo que se supone que ha pasado… sino más bien
otra que le permita encajar más o menos las piezas de lo que vaya usted a saber
si ha sucedido…
–Fuimos víctimas de un endemoniado sortilegio.
–¿Qué os dieron?
–No lo sé. No
quisieron decírnoslo. Un insondable bebedizo. Pero para mí que llevaba cicuta
irlandesa sacada de la olla de un druida pasado de rosca. Si en busca de
falaces analogías de consolación, lo comparásemos con lo hasta ahora por mi
menda experimentado, un tripi es un inofensivo caramelo para niños de
preescolar con aficiones imaginativas; y un caldo de hierbas del demonio una
sopa ideal para que la abuela se vaya calentita a la cama a soñar con los
angelitos. No sé lo que era, pero te puedo jurar por mis muertos que en mi vida
he alucinado tanto…
–Ves como todo
tiene sus compensaciones, y más la virtud, cuando se practica sin
intermediación de la conciencia…
–No te rías, que no
está la cosa para guasas…
–¿Y eso?
–No puedo más. El
nene me tiene agotado.
–¡No me digas, con
lo bien que te lo estás pasando!
–Estoy harto de él.
Le da igual ocho que ochenta. Se entromete sin pedir a nadie permiso donde no
osan los gitanos y se jiñan por la pata abajo los psicópatas.
–Tú te lo
inventaste.
–Eso no me sirve de
excusa. Se me ha ido de las manos. Hasta aquí he llegado. Le pueden ir dando
mucho por saco a él y a sus aventuras. Me tiene hasta el gorro. Se ha propuesto
secar el mar con el sol de su delirio. Conmigo que no cuente para eso. Ni para
eso ni para lo otro. No se hizo lo de correr y brincar por los montes para pobres
paralíticos aquejados de vejez y lumbago…
–La culpa la tienes
tú por haber empezado… deberías darle otra oportunidad…
–Me rindo, picha. No puedo más. No vuelvo a
compartir una aventura con él. Estuvimos tres días encerrados en ese antro… para
volverse loco… y todo por culpa de los caprichos del nene… con lo bien que
hubiéramos pasado la tarde repantigados en un sofá y viendo por la tele una
película en blanco y negro… o un partido de fútbol… ya se lo dije yo… antes de
que se configurara el desastre… una reconfortante tarde de relax sin necesidad
alguna de perder el tiempo en tonterías… y mira en la que nos vimos por no
hacerme caso… al final llegué a pensar que nosotros también estábamos muertos y
no saldríamos jamás de allí.
–La culpa la tienes
tú por arriesgarte.
–Cuando estás allí,
y más después de un lingotazo, se te inhiben los resortes de la prudencia… te
crees que puedes hacer lo que te salga de los huevos… que en ese mundo no hay
consecuencias… que nunca te va a pasar ná… que gozas de inmunidad física frente
a todos los inconvenientes… como si estuvieras en la flor de la vida y un ángel
te chivase en los oídos, de un modo en el que no interesa mucho detenerse a
pensar, que eres inmortal…
–¿Y sin embargo…?
–Ya ves. Todo te
puede pasar. Hasta la muerte. El caso es que no vuelvo, aunque me dijeran que mi
héroe está agonizando en mitad de la novela. Ya no puedo hacer más. Su locura
me desborda. Lo único que está en mi mano es procurarle reposo… al menos
durante un par de capítulos…
–¿Cómo?
–Voy a mandarlo con
el hermano a ver si se tranquiliza una temporada y, en tal que me pierdan de
vista, me desentiendo para los restos.
–¿Lo has podido
convencer?
–No hay nada que se
le pueda resistir a una verídica falsa promesa. Le he prometido que su madre no
vuelve a llamarle de noche.
–¿Surtirá efecto?
–¿El qué?
–El que se vaya con
el hermano.
–Como decía el gran
Valle, nada hay que no se cure con una temporada en la huerta de Murcia y
abstinencia del sexto.
Adiós a la realidad IX. Aunque ellos hace rato que no están,
en el Arlequín siguen con lo que no tiene fin. En todo lo suyo. Una orquesta
zíngara ameniza con frenético entusiasmo una singular batahola gitana. Las
señoras andan subidas a las mesas, enseñando con gracia y donaire la curvatura
de los muslos, mientras los caballeros aplauden con febril arrebato tan gentil
exhibición de generosidades. Ellos siguen. En plena algarabía. Hasta la llegada
de un alba en la que todas las máscaras ardan bajo la Dictadura del fuego. Y,
mientras tanto, reír, bailar, dislocarse, besar la boca de la existencia.
Conscientes de que lo que allí sucede es toda la vida que hay en el mundo. Nada
importa el resto. El resto no es más que la sombra de un polvoriento ataúd que
sigue girando por inercia entre los astros.
Fernando Blanco. Capítulo de La cuestión Q.
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