Bendito aquel que no sienta la imperiosa necesidad de explicarse, que hable sin lenguaje y se exprese sin sonido.
Bendito aquel que prescinde de todo tipo de religión a la hora de entablar una amena charla con Dios.
Bendito aquel que oye chillar el silencio y ve gotas de sangre en el pan que, cuchillos desalmados, acaban de amputar.
Bendito aquel que le concede tal importancia a su vida que es capaz de ofrecerla sin vacilar en sacrificio por cualquier causa perdida.
Bendito aquel que no tiene nombre, que carece de rostro, que siempre se halla justo donde nunca nadie es.
Fernando Blanco Inglés, "La cosa en NO"
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