Al camarada Bernard.
Humilde propuesta para acabar con el espantoso vicio del tabaquismo en España.
Ante el incremento inaudito de fumadores activos que arrojan las cada vez más lamentables estadísticas, haciendo caso omiso de las terroristas campañas del gobierno y desoyendo las fúnebres advertencias de los especialistas médicos, nuestro benefactor gobierno, consciente de la gravedad que reviste dicho problema para la salud pública de un país que presume de civilizado y progresista, establece mediante decreto ley las siguientes medidas de cumplimiento obligatorio:
Para empezar a hablar, subir los precios un mil por cien a las cajetillas, al tabaco de picadura y a las bolsas y latas de tabaco de pipa.
Gravar con impuestos difícilmente asumibles la venta legal de tabaco y castigar con cadena perpetua a los responsables de la venta ilegal. Siendo conscientes de que los demagogos habituales dirán en respuesta a tal medida que sólo podrán fumar los poseedores de grandes fortunas, advertimos de entrada que no estamos dispuestos a flaquear un ápice en tal decisión si así se reduce drásticamente el número de fumadores habituales.
Negarse en redondo a que la Sanidad Pública atienda infartos de miocardio, cánceres de garganta, pulmón, páncreas, hígado, estómago, próstata, vejiga, riñón y todas aquellas patologías derivadas en cuya casuística aparezca el más leve indicio de tabaquismo.
Instituir un cuerpo de Policía de Salud Pública que realice una vigilancia periódica sobre la población mediante controles sistemáticos sobre automovilistas y simples transeúntes que, en caso de dar positivo, impliquen multas astronómicas destinadas a disuadir a los ciudadanos de tan mala praxis y les hagan conscientes de su vergonzosa adicción. Establecer un carnet de puntos de buen ciudadano y, en el caso de malévola persistencia que termine acabando con la validez de dicho carnet, recluir en campos de internamiento forzoso a los reincidentes.
Multar con cantidades paranormales a aquellos padres que por desidia, mal ejemplo, o simple depravación permitan que sus hijos fumen. Igualmente, instalar en cada colegio un retén permanente de delatores, provisto de prismáticos y cámaras fotográficas, que controle el recreo de los alumnos y el grado de connivencia con el vicio de profesores y maestros. Suprimir la patria potestad a los padres irresponsables y recluir a sus hijos menores de edad en orfelinatos libres de humo de cara a una reeducación que extirpe de sus cerebros tan enfermiza lacra.
Caso de que estas medidas sean insuficientes, cosa más que probable en un país tan anarquista como éste, nos veremos obligados, con el fin de erradicar tan contumaz y maldita costumbre, a adoptar severas medidas disuasorias tales como envenenar con plutonio cada cigarrillo y sacar a los Geos y a la Unidad Militar de Emergencias a la calle para arrasar las plantaciones, poner bombas en los estancos y disparar a matar a todo aquel que persista contra su propia salud y el interés general del Estado en tan abyecto vicio.
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