Trabajar, aparte de una espantosa maldición, constituye a todos los efectos un modo perverso de no ser y una forma extraña de sobrevivir. Menos mal que en España, algo bueno teníamos que tener, nunca estuvo de moda tal excentricidad y no nos afecta el asunto ni poco ni mucho. ¿Que qué tiene que ver esto con un cuento? Todo, porque nuestra gentil historia se desarrolla en una de las múltiples oficinas de los innumerables negociados que articulan la red clientelar del Estado… La cosa fue más o menos como sigue: el funcionario D se quejó ante el funcionario C de que el funcionario E se negaba a realizar las órdenes que el funcionario A le había dado al funcionario B por considerarlas fuera de su rango de competencias y de que cuando el funcionario D, inspirado por un rapto de responsabilidad, le sugirió al funcionario E que por qué no le trasladaba la tarea al funcionario F, el funcionario E le respondió que el funcionario F llevaba un par de años de baja por stress; razón de peso por la que el funcionario D le propuso al funcionario C que elevara al funcionario B, para que éste se lo plantease al funcionario A, la urgente necesidad de contratar un funcionario G como remedio a la escasez evidente de personal que solventase a corto plazo la cuestión e incluso un funcionario H por si las moscas y, si me apuras, un funcionario I en previsión de futuras contingencias y otros males mayores.
Verónica Boscán: "Escenas Cotidianas".
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