Escucha cómo una voz irresistible pronuncia la transparente
ausencia de tu nombre en el inconfundible idioma del más allá.
Obedece, escupe tu alma, vomita tu pensamiento, sal de ti
siniestro engendro, burdo monstruo, vil espectro, abandona tu casa, tu pueblo,
tu patria, tu hogar. Ve más allá.
Más allá de todo límite. Más allá de toda frontera. Mas allá
de la línea imperceptible que se esconde tras las trampas hipnóticas del horizonte.
No des lugar. Obedece. Ya está bien de perder el tiempo apuntalando el cadáver
con el que visten tus decadentes simulacros quienes te mantienen en formol.
Huye de ti sin tardanza, sin más espera, a toda hostia, de la mano del sabio principio que dictamina no volver jamás la vista atrás.
Huye de ti sin tardanza, sin más espera, a toda hostia, de la mano del sabio principio que dictamina no volver jamás la vista atrás.
Más allá del fuego, de la tierra, del cielo y del mar. Más
allá de ti. Más allá del yo. Más allá de nosotros. Más allá de la realidad. Más
allá de todo. Más allá.
Verónica Boscán: "Sagradas Escrituras".
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