Es bien entrada la mañana, Uno de esos días en que se ve el mundo trasparente. Un niño dibuja con tiza en la pizarra cristalina del cielo R=mc2. Nada de lo que preocuparse. Todo va bien. El universo sigue regulado por su tradicional función. La gente deambula por la calle con el gesto cortito y la imperturbabilidad mortuoria de todos los días. Pasmosa persistencia de la rutina en la que todo sugiere calma e invita a la tranquilidad. Pero él no termina de pillarle el punto optimista a la cosa. Ni puede contemplar la realdiad de modo sereno. Más bien al contrario. No hay forma de que el munso se quede quieto: las calles serpentean bajo sus pies y los edificios bailan sambas a su alrededor. El mero hecho de andar le supone un esfuerzo abrumador.
Fernando Blanco Inglés, "El burdel de Venus"
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