El mago, con el rostro iluminado por una enigmática sonrisa de oreja a oreja, entre murmullos improcedentes
e insinuaciones de carácter sicalíptico al historial de su santa madre, extrajo del
sombrero las piezas relucientes de un fusil ametrallador que fue armando con
estricta meticulosidad y, una vez dispuesto y debidamente nutrido de balas en
la recámara, disparó a discreción aniquilando a la totalidad del público. A
éste, siempre voluble, caprichoso e inescrutable la cosa no terminó de
convencerle, pero por una vez en nuestro centenario local se pudo gozar del
profundo silencio que reinó en la sala y no hubo que recurrir al humillante
acto de devolver la entrada.
Víctor Zamora: "Cabaret Luzbel".
No hay comentarios:
Publicar un comentario