En estas elecciones el pueblo español se está jugando algo más que saber de qué gobierno vamos a ser súbditos los próximos cuatro años. Vivimos una encrucijada histórica en la que fundamentalmente lo que está sobre el tapete es que España queremos...
¿Queremos o no una España en la que la prevaricación, el fraude y la corrupción no constituyan la práctica habitual en las administraciones del Estado?
¿Queremos o no una España en la que un obsoleto modo productivo no condene sistemáticamente al paro y a la pobreza a más del veinte por ciento de la población? Por una educación de calidad y un máximo apoyo a la investigación y al desarrollo empresarial de nuevas tecnologías.
¿Queremos o no una España democrática con separación plena de poderes, donde las mafias no campen por sus fueros y en la que el populismo demagógico no acapare la bastarda titularidad de los medios ni se apropie en exclusiva del derecho a la libertad de expresión?
¿Queremos o no una España con un sistema electoral justo y representativo? ¿Donde cada voto, independientemente de en qué lugar se deposite, tenga el mismo valor y en la que los representantes políticos sean elegidos por el pueblo y no por las cúpulas de los partidos, garantizando así las bases a las futuras pirámides de corrupción?
Una España en la que la soberanía esté en manos del pueblo y no en las de las usurpadoras mafias regionales y autonómicas. Donde cada decisión que afecte a la unidad del Estado sea decidida por el conjunto soberano de la población y no mediante cambalaches en oscuros despachos.
Una España en el que las cloacas de los servicios de seguridad no protagonicen golpes de Estado en la sombra ni lideren actos de terrorismo que manipulen la voluntad popular e inclinen la tendencia del voto.
Una España con capacidad de intervención y decisión en Europa y en el resto de organismos internacionales. Que no se someta a los poderosos, deje de pedir limosnas y represente dignamente la insobornable autonomía de nuestro pueblo.
Una España en la que las cuentas públicas no tengan que ser sufragadas en exclusiva por el pueblo trabajador, mientras el no trabajador vive del cuento a su costa. Una España en la que los impuestos sean una cuestión de justicia distributiva y no de saqueo nacional.
Una España donde la inseguridad y el miedo al futuro dejen paso a un presente luminoso en la que los españoles encuentren canales de participación democrática y puedan asumir sus responsabilidades y ejercer sus derechos.
Una España, en definitiva, democrática y soberana que diga aquí estoy y cierre el paso a cualquier alternativa fascista y pro imperialista protagonizada por salvapatrias, vengan estos disfrazados de "derechas" o de "izquierdas", que, ignorantes de nuestra historia y ajenos a los intereses del país, proyecten arrebatarnos la ciudadanía y estén más que dispuestos a decidir en todos los ámbitos de la vida como ha de ser nuestra existencia.
¿Queremos...?
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